Sujeto,
alteridad, diversidad:
Nuevos
enfoques en la filosofía latinoamericana actual
Estela
Fernández Nadal1
Resumen
En este
trabajo se propone relevar el modo en que algunas expresiones
actuales de la filosofía latinoamericana impactan en la comprensión
del sujeto. De modo particular, se aborda la crítica sistemática de
los supuestos epistemológicos e ideológicos de la matriz
moderno-occidental de la filosofía, en los desarrollos teóricos de
Raúl Fornet-Betancourt, Ivone Gebara y Franz Hinkelammert, y sus
consecuencias en la forma de pensar las cuestiones de la subjetividad
y la alteridad. La apertura hacia la multiplicidad de experiencias
de la humanidad y hacia la diversidad de aspectos y miradas de la
realidad, que son puestas de relieve en esos desarrollos, supone una
crítica de la concepción tradicional del sujeto (instrumental y
reductiva), y obliga a replantear el asunto en los términos de una
idea de totalidad socio-natural, que es condición de posibilidad de
la existencia colectiva e individual.
A modo de introducción
La filosofía y la teología de la liberación, surgidas en los años
sesenta en América Latina, representaron expresiones significativas
de una mirada alternativa, portadora de una vocación de
autoafirmación de la propia identidad y del propio lugar de
enunciación, en un doble sentido: como epistemológicamente apto
para develar los rasgos etnocéntricos de la Modernidad occidental y
como éticamente válido para proponer otros criterios prácticos en
las relaciones entre diversas culturas y pueblos.
En lo que respecta a la filosofía de la liberación, algunas de sus
formulaciones paradigmáticas produjeron un conjunto de herramientas
heurísticas que permitieron develar los mecanismos de dominación
implícitos en los saberes occidentales sobre el otro y en la misma
versión oficial de la llamada “Historia mundial”. Los aportes de
Leopoldo Zea, en lo relativo a la revaloración del pasado
intelectual latinoamericano, o los desarrollos éticos y
antropológicos de Arturo Roig, basados en la “destrucción de las
Indias” como intervención colonialista que inauguró la era
moderna bajo el signo del avasallamiento de la humanidad americana,
son representativos del valor teórico de ese corpus filosófico.
Igualmente importante es la tarea encarada por Enrique Dussel, quien
se ocupó de mostrar el carácter fundacional de la conquista y
dominación de América para la construcción del mito eurocéntrico
de la Modernidad. En contraposición, la revalorización de la mirada
del otro, del oprimido, el olvidado, permitiría reinterpretar la
historia desde el lugar de la alteridad.
También la teología de la liberación abrió una vía hacia el
encuentro con el otro. Tuvo el mérito de alimentar una
espiritualidad de compromiso con las situaciones de extrema pobreza,
que fueron entendidas en el marco de su propuesta como consecuencia
de los llamados “pecados sociales”, es decir, de las formas de
injusticia social que condenan a la marginación y a la muerte a
miles de seres humanos en América Latina.
En ese sentido, puede decirse que ambas expresiones teóricas dieron
inicio a un proyecto de reconocimiento de los derechos del otro,
entendiendo por tal las formas culturales de los pueblos periféricos
o las necesidades de los grupos humanos más vulnerables dentro de
las sociedades latinoamericanas.
Sin embargo, desarrollos teóricos posteriores han puesto en
descubierto nuevas dimensiones de la diversidad y de la subjetividad,
que no habían sido suficientemente reconocidas en los planteos
fundacionales del pensamiento “liberacionista” latinoamericano.
Tal es el caso de la crítica intercultural y la perspectiva
ecofeminista, desarrolladas respectivamente por el cubano Raúl
Fornet-Betancourt y la brasilera Ivone Gebara. En ambos casos se
trata de líneas de investigación que, si bien se sitúan en una
relación de cierta continuidad con los desarrollos de la filosofía
y de la teología de la liberación, se han atrevido a mostrar los
límites de sus supuestos epistemológicos e ideológicos.
Por su parte, el filósofo alemán-costarricense Franz Hinkelammert
ha producido una reflexión que entronca con las preocupaciones de la
llamada “Escuela de Frankfurt” en su primera etapa, pero que
tiene la originalidad de re-situar su orientación crítica en el
marco de un enfoque ético y político de la subjetividad como
corporalidad viva, de larga tradición en el pensamiento
latinoamericano. El resultado es un cuestionamiento de la concepción
moderna tradicional del sujeto (instrumental, individualista y
reductivo) y una reformulación del problema en términos de una
intersubjetividad socio-natural, cuya preservación y reproducción
es entendida como condición de posibilidad de la existencia tanto
individual como colectiva.
Puede decirse que los tres autores analizados en el presente trabajo,
han contribuido a producir una forma radical de crítica a la
Modernidad occidental, que aspira a acoger la multiplicidad de
expresiones y experiencias de la humanidad, y a romper con la secular
dominación de una cosmovisión limitada, parcial e instrumental,
sobre la complejidad y diversidad de miradas y aspectos de la
realidad.
1. Raúl Fornet-Betancourt. Reconocimiento efectivo de la
diversidad latinoamericana y propuesta del diálogo intercultural.
La filosofía intercultural busca des-anclar la
reflexión filosófica de todo posible centro predominante. Apunta a
desnudar y deconstruir la carga etnocéntrica que todavía pesa sobre
la concepción tradicional de la filosofía, forjada originalmente en
el seno de la cultura griega clásica y revivificada, en sus
reformulaciones posteriores, siempre en el espíritu hegemónico de
la cultura europeo-occidental. Sólo la relativización de esa forma
particular de filosofar, la comprensión de que la misma es una
configuración regional
de la filosofía como totalidad posible, puede permitir el despliegue
de la polifonía del logos
filosófico.2
El supuesto que está a la base de este planteo es
la existencia de múltiples filosofías, que, como no podría ser de
otro modo, son voces históricas, expresiones contingentes,
recortadas sobre el trasfondo irreductible de distintos mundos de
vida, en las que se condensan tradiciones y formas de compresión del
mundo de diversas culturas.3
El diálogo intercultural es el camino para transitar la posibilidad
de una auténtica comunicación entre esa multiplicidad de voces de
la razón, una comunicación sin dominación.
La transformación intercultural de la filosofía
posee dos dimensiones: en primer lugar, una dimensión histórica,
que supone atender al rescate y re-valoración de las expresiones
filosóficas olvidadas, invisibilizadas por la concepción
predominante de la historia de la filosofía, que la presenta como un
despliegue unitario de la razón occidental. Podemos imaginar que
esas tradiciones filosóficas despreciadas están a la espera de
aquel historiador de la filosofía que sea capaz, como dice Benjamín,
de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”4
Una tarea que permitiría descubrir -incluso en la tradición
filosófica sancionada como clásica- perspectivas oprimidas,
desacreditadas, arrojadas en el cesto de la basura5.
En segundo lugar, esa transformación tiene una
dimensión prospectiva, en relación con la cual se procura fomentar
el desarrollo de una forma de racionalidad intercultural a futuro,
que sea el resultado de un proceso permanente de convocación y
consulta de diversas racionalidades.
En el horizonte despejado por el proyecto de una
filosofía intercultural, adquiere gran interés la experiencia
histórico-cultural de América Latina. En tanto continente de
constitución intercultural –en el que coexisten múltiples
tradiciones occidentales, amerindias y afroamericanas- América
Latina podría constituirse en un punto de partida particularmente
pertinente para poner en práctica la apertura descentrada hacia el
otro.
En efecto, contrariamente a lo sostenido por el mito fundacional
eurocéntrico, América no es resultado del encuentro de dos mundos,
sino un complejo mosaico de pueblos y tradiciones, un mundo
auténticamente intercultural. Fornet toma como base de su propuesta
el célebre artículo de su compatriota José Martí, “Nuestra
América”, tradicionalmente interpretado en la línea de la
afirmación de la personalidad cultural latinoamericana y el llamado
a la unidad frente al peligro de la vocación imperialista de Estados
Unidos. Fornet descubre en el texto otra dimensión, desatendida
hasta entonces por la crítica: la de la utopía martiana de un orden
político-social justo para los pueblos latinoamericanos, sin
hegemonías de sectores minoritarios. Cuando Martí declama: “Se
ponen de pie los pueblos, y se saludan. ‘¿Cómo somos?’ se
preguntan, y unos a otros se van diciendo cómo son”6,
no está proponiendo la imagen engañosa de la unidad continental
“bajo la opresora hegemonía del grupo social que detenta la
cultura blanco-europea”, sino que está desplegando una crítica
radical al colonialismo, no sólo como mecanismo de subordinación
internacional, sino también como sistema de opresión y de
destrucción de la diversidad en general. Hay sin duda una propuesta
de unidad, pero se trata de una unidad conformada a partir de la
irreductible diversidad originaria (Fornet-Betancourt, 2001: 73-76).
El texto martiano así reinterpretado -junto a muchas otras
expresiones de la historia intelectual de la región7-
puede fungir como una clave para proceder a la reconstrucción
crítica de nuestro pensamiento filosófico latinoamericano como una
tradición pluralista.
Ahora bien, la aplicación cabal de este programa supone
necesariamente avanzar hacia el cuestionamiento del concepto
hegemónico de universalidad. Es en este punto que
Fornet debe afrontar el tema de la relación de la filosofía
latinoamericana, incluso en sus expresiones libertarias y críticas
del colonialismo, con la tradición occidental de la filosofía.
En relación a lo primero, la perspectiva
intercultural considera que la universalidad autoproclamada de
Occidente responde a un movimiento de extrapolación y de expansión
de una cultura regional. Es una falsa universalidad, una abstracción
en la que no hay cabida más que para lo uno, lo mismo, a lo que se
atribuye un estatuto de esencialidad, que se recorta sobre la
expulsión de toda alteridad. En lugar de ella, Fornet propone la
idea de una universalidad alcanzada por la convocación de
racionalidades históricas, cargadas de contextos culturales
específicos, que confluyen en un espacio de diálogo intercultural,
único espacio donde puede emerger una universalidad real, concreta.
Ahora bien, el pensador cubano señala que, pese a
haber desarrollado una crítica rotunda a la Modernidad occidental y
eurocéntrica, rica en matices y con un sello de originalidad
indiscutible, la filosofía de la liberación se ha manejado
hasta hoy con el concepto de filosofía heredado de los griegos y, en
consecuencia, ha entendido el programa de una filosofía propia como
la ampliación del campo filosófico fundado originariamente por el
espíritu griego. Como resulta evidente, una tal comprensión supone
asumir de un modo acrítico, sin medir las consecuencias que ello
implica, la herencia occidental de secular desconocimiento de toda
posible dimensión filosófica de las culturas autóctonas y de
origen africano. Esto se reflejaría en una suerte de continuidad
entre la filosofía de la liberación y aquella tradición
eurocéntrica, en lo relativo a las formas habituales de aproximación
a lo indígena, lo afroamericano o lo popular, que permanecerían
determinados por criterios filosóficos occidentales, privilegiándose
el enfoque de esas realidades en calidad de objeto de estudio.
A esta caracterización general no escaparían, según Fornet, los
más importantes filósofos de la liberación contemporáneos. Con
matices diferenciales, que no dejan de ser sugestivos y que ameritan
estudios particularizados, lo cierto es que Leopoldo Zea, Arturo
Ardao, Arturo Roig, Luis Villoro y Enrique Dussel coinciden en
privilegiar una visión “latinista” de la identidad
latinoamericana, en la que se destaca el componente mestizo o criollo
de los procesos culturales de la región, en detrimento de una visión
más atenta a la diversidad de voces que integran el tejido social de
nuestras sociedades.8
A lo sumo, en los análisis de tipo comparativo, el pensamiento del
otro sería analizado desde el patrón europeo como referencia axial,
nunca como otro posible centro desde donde se articula una mirada que
nos ve desde un horizonte de vida y de comprensión del mundo
diferente.
Un caso especial es el de Dussel, a quien Fornet le reconoce haber
avanzado de manera decisiva en la producción de un giro hermenéutico
capaz de posicionar la mirada filosófica desde América Latina en
tanto Amerindia (y no meramente como una América criolla o
mestiza). Sin embargo, el filósofo argentino no se mostraría
decidido a extraer todas las consecuencias implícitas en su
descubrimiento.
Para fundamentar su apreciación, Fornet remite a la concepción de
filosofía que aparece en su célebre libro: 1492. El
encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad,
donde, superando posiciones suyas anteriores, Dussel reconoce el
desarrollo, al interior de las culturas urbanas de los imperios
azteca e inca, de un alto grado de diferenciación social, que se
habría concretizado en el desempeño de funciones sociales
específicas, entre ellas, la de la filosofía. Entre los aztecas, el
tlamantini, y entre los incas, el amauta, asumían esa
función, consistente básicamente en otorgar una explicación
racional de las prácticas culturales de los universos amerindios.
Pues bien, si la lectura de Fornet resulta sugestiva, es porque
demuestra que, pese a ese reconocimiento de la existencia de una
tradición filosófica autóctona en los pueblos originarios
americanos, Dussel no logra sobrepasar el horizonte conceptual de una
“filosofía comparada”. Esto se aprecia en el hecho de que
persiste como eje del análisis un concepto de filosofía cuyas
referencias identitarias corresponden a la tradición occidental
centroeuropea. El pensador argentino reconoce el carácter filosófico
al pensamiento náhuatl e incaico porque ambos poseen características
similares a la de la filosofía tradicional, a saber: 1) es
“pensamiento reflexivo abstracto”, que ha llegado a “un
altísimo grado de abstracción conceptual”; 2) ha conseguido
realizar el tránsito superador del mito al logos: “habiéndose
superado una razón mítica –estricta razón filosófica
entonces”-; 3) es una función intelectual de índole profesional,
que requiere un lugar especializado de aprendizaje, por eso, le
importa destacar que los tlamantini también tenían su
“academia”: “allí los jóvenes tenían una vida absolutamente
reglamentada, cuyo centro consistía en los ‘diálogos’ o las
‘conversaciones’ ente los sabios”9
Finalmente Fornet se pregunta por qué razón, a pesar de referir
permanentemente la multiplicidad de nombres del otro, su pluralidad
de voces y de rostros, siempre se impone en el discurso dusseliano el
“otro” en singular. La hipótesis explicativa que propone el
autor resulta muy convincente: la argumentación de Dussel requiere
presentar a América Latina como “la otra cara de la modernidad”:
la cara periférica y colonial de la alteridad oprimida, dominada,
excluida, invisibilizada, de la Modernidad europeo-occidental. En
aras de este objetivo, las diferencias internas son niveladas, y
América Latina es presentada como “unidad cultural liberadora en
el contexto de un mundo asimétrico”. En definitiva, se trata de
una estrategia argumentativa que responde: “a la exigencia de crear
las condiciones hermenéuticas e históricas para el diálogo de
América Latina con Europa (y en este sentido, insisto en ello, el
discurso de Enrique Dussel afirma y promueve un aspecto
intercultural, a saber, el diálogo del “Otro latinoamericano con
el “Otro” europeo); pero olvida la afirmación de la
interculturalidad hacia dentro que impone la diversidad cultural,
lingüística, étnica, religiosa de lo que llamamos América
Latina”.10
En términos generales, Raúl Fornet-Betancourt reconoce el valor de
la filosofía latinoamericana como filosofía que ha sabido elaborar
una fructífera relación entre la racionalidad filosófica y el
contexto histórico desde el cual ésta se ejercita. Sin embargo,
esta búsqueda de lo universal desde un contexto determinado,
arrastra todavía ciertos prejuicios que no ha sabido afrontar,
ciertas limitaciones que debe superar, que hacen que la misma sea
sólo parcialmente latinoamericana. Y ello es así porque se
trata de una filosofía que, pese a su vocación libertaria, ha dado
expresión de modo privilegiado a las voces criollas, mestizas o
europeas en el continente, desatendiendo de modo sistemático las
tradiciones indígenas y afroamericanas. En lo relativo a sus
interlocutores preferentes, siempre (o casi siempre) se dirige o
presta sus oídos a destinatarios profesionales de la filosofía, es
decir, a aquellos que cuentan con las condiciones exigidas por los
cánones establecidos de la tradición filosófica occidental.
Dejar de privilegiar el rostro occidental, la cara blanca y latina de
la filosofía, afrontar el trabajo de reconstrucción crítica del
pensamiento latinoamericano como tradición pluralista, acorde a la
constitución multicultural de la región, supone replantear nuestra
relación como latinoamericanos con la tradición occidental de la
filosofía. Para ello hay que disponerse, en un primer momento, a
des-definir la filosofía, esto es, liberarla de la definición
monocultural que pesa sobre ella, para pasar luego a un momento
constructivo de reubicación cultural, en que procedamos a la
apropiación de la diversidad cultural del continente, a la rehechura
de la propia historia, al descubrimiento de sus referencias ocultas,
sus fuentes desconocidas, sus distintos comienzos. Sólo entonces la
filosofía latinoamericana se proyectará como una filosofía de
contextura polifónica, capaz de hacer justicia a la experiencia
histórica multicultural de América Latina.
2. Ivone Gebara. Recuperación de las mujeres y la naturaleza como
sujetas de la liberación.
Ecofeminismo es la perspectiva que enfoca el
problema del sometimiento secular de las mujeres y de la naturaleza
al dominio del imperio masculino. Su origen se encuentra en el
surgimiento, hacia los años sesenta, de movimientos de mujeres y
movimientos ecológicos de diferentes tendencias11.
De la conjunción creativa de ambas corrientes de pensamiento y de
acción, nace el ecofeminismo; su convicción profunda es que existe
una relación entre ambas formas de sometimiento y, en consecuencia,
es necesario producir la alianza estratégica de las luchas por el
cambio de las relaciones entre hombres y mujeres y por la
transformación de nuestras relaciones con el ecosistema.
Importa aclarar que el ecofeminismo, al menos en
la versión que ha desarrollado Ivone Gebara, no representa una
posición esencialista, que atribuya a la condición femenina una
referencia especial al mundo de la naturaleza, a partir, por ejemplo,
de la maternidad como experiencia singular de la corporalidad
femenina. Por el contrario, se trata de analizar los mecanismos
sociales y políticos por los cuales las funciones fisiológicas de
reproducción, lactancia y cuidado de los niños sirvieron de
justificación para producir la exclusión de las mujeres del mundo
de la cultura y la política.
Si bien la subordinación de las mujeres
(patriarcado) es más antigua, Gebara sitúa en la génesis de la
Modernidad la asimilación de las mujeres a la naturaleza como
portadoras de una esencia común (obviamente de carácter negativo,
deficitario, incluso maligno) y como objeto de dominio12.
Asociadas ambas a fuerzas oscuras, irracionales; consideradas como
igualmente peligrosas, revoltosas, poseedoras de poderes capaces de
provocar tempestades y enfermedades, las mujeres y la naturaleza
resultaron conjuntamente subordinadas y sometidas al control de la
razón. La alianza entre ambas formas de dominación se habría
expresado paradigmáticamente en la tortura y quema de las brujas,
prácticas desarrolladas en forma paralela al establecimiento del
método científico.13
De este modo, la racionalidad moderna produjo simultáneamente la
transformación de las mujeres en fuerza de reproducción de mano de
obra y la conversión de la naturaleza en objeto de dominación para
el crecimiento del capital. En torno a la oposición
cultura/naturaleza, verdadera clave interpretativa de la civilización
occidental, el papel de la mujer fue redefinido como ama de casa,
subordinado a las relaciones matrimoniales y a la familia. A su vez,
la naturaleza, despojada de su halo de misterio, pasó a ser sometida
por el espíritu científico masculino.
La puesta en relieve de los mecanismos de
legitimación de la Modernidad, permite descartar toda hipótesis de
una esencia común de las mujeres y de la naturaleza. Lo que existe
es una política de poder que define a las mujeres como una categoría
social obligada a asegurar la continuidad de la vida (y
frecuentemente de la mera sobrevivencia) cotidiana y material. El
rechazo a todo esencialismo trae consigo, para la filósofa
brasilera, el de todo intento por absolutizar la cuestión del
género, analizándola con independencia de la clase social, raza o
etnia. La organización social de las mujeres y el desarrollo de
elementos teóricos que acompañen su lucha se justifica, no porque
sean las únicas oprimidas, sino porque su opresión, compartida con
muchos hombres y con el conjunto de los seres vivos, es
particularmente legitimada por este sistema, basado en la
jerarquización a partir del género, la raza y la clase. De allí
que el ecofeminismo sea una posición crítica, relacionada con la
lucha antisexista, antirracista y antielitista, que parte de
reconocer a las mujeres, los indígenas y los negros como las
primeras víctimas de la destrucción sistemática de la naturaleza,
pues ellos ocupan los lugares más amenazados del ecosistema y viven
más directamente en sus cuerpos el peligro de muerte que nos impone
a todos el desequilibro ecológico.
Esta particular visión de la matriz moderna como
generadora de un modelo andro,
antropo y
etnocéntrico
en las relaciones de conocimiento y de poder, es conjugada por Ivone
Gebara en clave latinoamericana. Se trata, en definitiva, de sacar a
la luz los vínculos existentes entre todas las formas de opresión y
de violencia, desde las que se producen en el seno de la vida
familiar hasta aquellas que se ejercen a nivel del planeta. Y de
hacerlo, además, en un contexto particularmente adverso a la
conquista de derechos y de dignidad para las mujeres y la
naturaleza.14
Esa realidad social específica configura el entorno vital de la
reflexión de Ivone Gebara. Su historia es la de una joven que se
hizo monja para estar cerca de las necesidades del pueblo pobre de su
país en los años sesenta. Fue precisamente ese contacto con los
problemas cotidianos de la vida en los barrios periféricos del
Nordeste brasilero, donde las mujeres enfrentan día a día la
destrucción del medio ambiente, lo que condujo a Gebara a adoptar un
enfoque ecofeminista. En la convivencia con ellas,
la pensadora brasilera aprendió la conexión entre la esclavitud
económica y social de las mujeres y el dominio de la tierra en manos
de unos pocos latifundistas. Si bien es claro que esta última
esclavitud es compartida con muchos hombres, las mujeres la sufren
doblemente, pues sobre sus hombros está la carga de los hijos: son
ellas las que llevan a los niños enfermos a los servicios de salud,
las que se encargan de su alimentación, las que buscan alternativas
para mejorar la calidad del agua y del aire. De allí que la
filosofía de Gebara sea “un pensamiento ligado especialmente al
mundo de los pobres, de los hambrientos y analfabetos, de los
sin-tierra, de los que viven en suelos sembrados de tóxicos y de
radiaciones nucleares”, que busca salvar “el cuerpo sagrado de la
Tierra”.15
En oposición al paradigma jerárquico
moderno-occidental de conocimiento, cuyos supuestos sexistas,
racistas y androcentristas Gebara rebate, la perspectiva ecofeminista
postula una concepción holística de la realidad, en la que el ser
humano y la naturaleza forman un todo orgánico y están mutuamente
implicados. Dice la filósofa brasilera: “ya no se puede pensar más
en el ser humano como el rey de la naturaleza, superior a todas las
criaturas. Somos parte de ese cuerpo único que vive desde lo
individual y lo colectivo en una creativa y vital interdependencia de
vida, muerte, resurrección, renovación”.16
En contra del dualismo entre naturaleza y cultura, el ecofeminismo
plantea la necesidad de advertir que el destino del ser humano en
general, y de los oprimidos en particular, está íntimamente ligado
al destino de la tierra. Por eso, toda justicia implica una
eco-justicia “pues no habrá vida humana sin la integridad de la
vida del planeta”.17
Ahora bien, a los fines de esta exposición, interesa referir que el
esquema jerárquico que impronta la matriz de la ciencia occidental,
se reitera en la estructura dualista de la religiosidad patriarcal
occidental, marcada por la autonomía y trascendencia del Creador en
relación a las criaturas y la afirmación de la irreductible
alteridad entre ellos. El imaginario moderno
propone un universo marcado por la oposición entre cuerpo y
espíritu, donde Dios es situado del lado del espíritu (junto con
los varones), con el consecuente desprecio por los cuerpos (y las
mujeres). La naturaleza está sometida a Dios y entregada por él al
hombre (varón) para que éste la ponga bajo su propio dominio.
Siempre aliada al poder de turno, esta
religiosidad ha participado como cómplice en las diversas formas
históricas de dominación de las mujeres, de las culturas no
occidentales y de la explotación sin límites de los recursos
naturales.
En este punto, Ivone Gebara se ubica en una relación tensa con la
tradición de la teología de la liberación latinoamericana, que
ella conoció durante largos años de colaboración con el cardenal
Hélder Câmara. A la luz de la perspectiva ecofeminista que
desenvolvería más tarde, para Gebara los desarrollos de esa
corriente de pensamiento no han podido trasvasar los límites de una
concepción dualista y jerárquica de la realidad.
Sin desconocer la importancia de la “opción preferencial por los
pobres” como una perspectiva teológica fundamental, la filósofa
destaca la incapacidad de la Teología de la liberación de operar el
cambio epistemológico necesario para despojarse de sus supuestos
antropocéntricos y androcéntricos. Para estos teólogos, Dios sigue
siendo “el Señor”, creador y amo de la naturaleza, que mantiene
su distancia ontológica frente a la vida humana. Los órdenes
sagrado y profano conservan su distinción, el juicio de la historia
es de orden trascendente y está marcado por la anterioridad de la
revelación.
En el discurso de la teología de la liberación se mantiene
incuestionable toda la simbología masculina de la divinidad, así
como la convicción profunda de que la propia tradición religiosa es
superior (verdadera) frente a otros modos de aproximación y
búsquedas religiosas de pueblos y culturas diferentes.
Todo ello demuestra la permeabilidad de toda la teología cristiana a
la influencia de una cultura patriarcal antiquísima, que se resiste
a ser removida y conserva intacta sus fuerzas y sus funciones a pesar
de los cambios históricos:
“el
tiempo de los imperios y de las justificaciones supra-terrenas de los
poderes no terminó en pleno siglo XXI. Parece que continuamos
necesitando de esta forma patriarcal e imperial de afirmar el poder y
los valores en los cuales creemos […]. Por esta razón, muchas
feministas creen que el cambio de las estructuras de sustentación
económica del mundo depende en gran parte del cambio de nuestro
horizonte simbólico cultural y, por tanto, de la comprensión que
tenemos de nosotros mismos. En el fondo, hablamos de democracia, de
voluntad popular, de socialismo, pero en la realidad estas nuevas
formas de comprensión y de vivencia social se revisten de las
antiguas formas jerárquicas consagradas por las religiones
patriarcales y muy particularmente por el Cristianismo. Creo que esto
tiene que ver con una teología política al servicio del poder como
ya pensaba Spinoza en el siglo XVII.”18.
Frente a este dualismo simplificador y opresivo, herencia de la
racionalidad moderno-occidental que la teología de la liberación no
pudo o no quiso revisar y erradicar, la perspectiva ecofeminsita
recupera la experiencia de que estamos inmersos en una totalidad en
la cual somos y existimos con todo lo que existe. Esto nos abre a una
trascendencia no limitada a un ser situado por encima de nosotros,
fuera del tiempo y del espacio, sino a una trascendencia de una
realidad pluridimensional y ambivalente, que nos envuelve y a la que
pertenecemos.
“Nuestra
experiencia nos revela que estamos inmersas/os en un ‘no sé qué’,
en un algo en el cual somos y existimos con todo lo que existe. Y
esta existencia se expresa al mismo tiempo en la diferencia entre los
seres y en la interdependencia entre ellos. Esto nos abre hacia una
trascendencia no limitada a un ser situado por encima de nosotros/as
mismos/as –habitando fuera del tiempo y del espacio, aunque en
ellos se manifieste- sino hacia una trascendencia pluridimensional y
ambivalente [...]. Me gusta expresar la trascendencia en su dimensión
estética, hablando de la belleza que nos extasía en contacto con
tantos seres y situaciones. Pero la trascendencia guarda también una
dimensión ética, que es experimentada en las situaciones en que
accedemos a ubicar el bien común por encima de nuestros intereses
individualistas, en las múltiples situaciones en que la vida es
expuesta en favor de otras vidas”.19
Se trata de una trascendencia, si se quiere,
inmanente. La misma idea expresa Rigoberta Menchú, cuando
sostiene: “para nosotros el agua es algo sagrado, y nosotros
tenemos esa creencia desde pequeños, y no cesaremos jamás de pensar
que el agua es algo sagrado y puro. Nosotros tenemos también la
tierra. Nuestros padres nos dicen: ‘niños, la tierra es madre de
los seres humanos porque es ella que nos alimenta’ […]. También
decimos al sol: ‘Corazón del cielo, usted debe, como nuestra
madre, darnos calor y luz sobre nuestro animales, sobre nuestro maíz,
nuestro pan, nuestras hierbas, para que ellos crezcan y para que
nosotros, tus criaturas, podamos comer’”.20
Estas creencias corresponden a una tradición latinoamericana
anterior a la dominación colonial, que descubre una dimensión de
comunión entre todos los seres vivos. En ellas aparece una
comprensión comunitaria e interdependiente de los procesos sociales
y vitales, que –junto con otras formas de religiosidad no
judeo-cristianas- debe ser recuperada y desarrollada por el bien de
la humanidad y de la vida.
En el campo de la teología, el ecofeminismo se abre hacia la acogida
de la diversidad, a partir de una consideración de la religión en
una perspectiva más existencial y menos apegada al orden jerárquico
institucional. Desde este punto de vista, Ivone Gebara propone la
noción de “biodiversidad religiosa”21;
con ella se busca mostrar la limitación de cualquier visión
excluyente de la realidad y de cualquier pretensión única y
absoluta de construcción de sentido, en la medida en que toda
aproximación humana no puede ser más que un escorzo, necesariamente
relativo a un contexto histórico, social y espacial, del insondable
misterio de la existencia.
3.
Franz Hinkelammert. “Asesinato es suicidio” o el sujeto viviente
como totalidad socio-natural.
Para Hinkelammert, la subjetividad, como dimensión humana, no es un
rasgo inmanente a una esencia previamente dada; por el contrario, es
una determinación histórica, emerge en el marco de una experiencia
y como respuesta a la misma. El sujeto no es, por tanto, un a
priori deductivo; surge a posteriori, como resultado de
afrontar determinadas coyunturas históricas. Sin embargo, una vez
cumplido ese recorrido, el sujeto, que es resultado, que es producto
histórico, se descubre como condición de posibilidad de todo el
proceso y de las diversas formas históricas de subjetividad que
aparecen a lo largo del mismo. En síntesis: es un a priori, que
se revela como tal a posteriori.22
La Modernidad representa la instancia fundamental en el devenir
sujeto del hombre; sin embargo, las raíces de ese fenómeno se
remontan a los orígenes de la humanidad; así lo revela la presencia
del principio de la subjetividad en antiguas figuras míticas, como
las de Eva o Abraham. En ellas se patentiza “el grito del sujeto”,
esto es, una forma de emergencia vinculada a la rebelión contra las
leyes e instituciones despóticas o arbitrarias.23
Estas siempre avanzan sobre el sujeto, intentan aplastarlo,
reprimirlo, sumergirlo. Pero el sujeto regresa siempre. Retomando a
Walter Benjamin, puede decirse que el sujeto es el Mesías, que puede
entrar en el presente por la pequeña puerta de cualquier instante.24
Ahora bien, es en el seno de la racionalidad moderna que tiene lugar
la configuración paradigmática del sujeto; la misma alcanza
diferentes determinaciones, sufre cambios y termina por desembocar,
ya en el interior de la sociedad capitalista global actual, en una
forma específica de negación del sujeto, tanto conceptual como
real.
Una primera determinación de la subjetividad, que tiene lugar al
interior de la relación sujeto-objeto: es el sujeto
trascendental, esto es, un punto de vista exterior a toda
la res extensa, como pensamiento enfrentado al mundo de los
objetos, incluido el propio cuerpo, la naturaleza y los otros
hombres.
Esta forma de la subjetividad contiene dentro suyo una determinación
complementaria al tiempo que relativamente autónoma: la del
individuo poseedor, el homo economicus. Ese sujeto
calculante, contracara necesaria del sujeto trascendental
–sistemáticamente puesto en cuestión por las “filosofías de la
sospecha”-, está llamado a instaurar su primado a medida que se
extienden las relaciones capitalistas de producción. En la última
centuria, despojado ya de la aureola de trascendentalidad, el
individuo poseedor se entronizaría como actor solitario y
autosuficiente, eje de toda racionalidad, que calcula el consumo y la
acumulación creciente del mundo cósico.
Con el triunfo del neoliberalismo y la instalación de la
globalización económica como estrategia de acumulación
capitalista, la lógica del mercado ha sido librada a su suerte; en
consecuencia, se ha producido un tipo de sociedad que niega el
circuito natural de la vida humana como hecho relevante y lo reprime,
olvidando la premisa de la sustentabilidad de la vida como condición
de posibilidad de la reproducción de todo el sistema, y produciendo
el aplastamiento del sujeto, su transformación en objeto.
Sin embargo, esta negación teórica y práctica que pone en
ejercicio la estrategia de globalización, no puede obviar la
realidad primaria de que el ser humano es un ser corporal, esto es,
un sujeto de necesidades que, para reproducir su vida, debe
permanecer integrado en el circuito natural de la vida humana. Esta
dimensión funda otra determinación del sujeto: el sujeto
viviente.
Hoy, el sujeto viviente es la forma que adopta el principio
emergente de la subjetividad ante el aplastamiento y represión que
le impone la globalización capitalista. Si la manifestación
inmediata de esa estrategia es la reducción de la subjetividad viva
a la abstracción del individuo calculante, el grito que sale de las
entrañas de la vida amenazada tiene que expresarse como la exigencia
de crear “una sociedad en la que quepan todos”, esto es, una
sociedad que sólo es posible a partir de la prioridad dada a la vida
como criterio de racionalidad, y, en consecuencia, a la afirmación
del sujeto en tanto realidad corporal e intersubjetiva, de índole
tanto natural como social.
En el dictum “asesinato es suicidio” está contenido el concepto
de sujeto que propone Hinkelammert. Se trata de una forma de
subjetividad viva, corporal, socio-natural, interrelacionada,
colectiva, que emerge en nuestro tiempo porque sólo hace una décadas
que la tierra ha devenido, por efecto de las nuevas tecnologías, un
pequeño globo vulnerable y amenazado de extinción.25
Sin embargo, “asesinato es suicidio” remite a una realidad básica
y primaria de la condición humana: su dimensión corporal. El hombre
es un sujeto de necesidades, y para satisfacerlas requiere de otros;
debe, por tanto, permanecer integrado a ellos y a la naturaleza, si
no quiere morir. Desde esta perspectiva, la naturaleza y el otro
social no son objetos que yacen frente a nosotros, sino que
constituyen la condición de posibilidad de la vida. “En cuanto que
el ser humano se hace presente como ser corporal que piensa en su
corporeidad y, a partir de su corporeidad, se hace presente como
sujeto viviente frente a otros, que también se hacen presentes como
sujeto viviente que piensan esta su vivencia y que enfrentan a todo
el mundo como ser viviente. Esta relación es de cuerpo con cuerpo.
No surge la pregunta de si existo, como pregunta clave, sino la
pregunta de si puedo seguir existiendo. No es la pregunta de si la
vida es un sueño, sino la pregunta por las condiciones de
posibilidad de seguir viviendo”.26
En efecto, como ser corporal, que tiene necesidades, el hombre está
compelido a integrarse con su entorno natural y social para preservar
su existencia. El circuito natural de la vida humana supone, como
elemento suyo, la división social del trabajo y la interdependencia
de los productores, entre ellos y con la naturaleza. La noción de
sujeto tiene carácter intersubjetivo.
Esta dimensión del ser humano como sujeto vivo, unidad
intersubjetiva hombre-naturaleza, se expresa como un grito, como
resistencia ante la amenaza de ser aplastado por el sistema.
Representa el momento en que aparece una reacción que quiebra la
lógica perversa del cálculo de utilidades. En tal sentido, es una
respuesta ante la “irracionalidad de lo racionalizado”, que
resulta del predominio de la acción directa medio-fin, propia de la
Modernidad. Como es sabido, este tipo de acción se caracteriza por
ser planificada a partir de decisiones parciales y fragmentarias de
actores individuales y por orientarse a la meta de la obtención del
mayor grado posible de eficiencia o de ganancia. De esto se sigue que
en su ámbito no hay lugar para considerar la responsabilidad del
actor en lo relativo a los efectos indirectos que tienen lugar en el
entorno natural y social de la acción misma.27
Hoy, esta lógica instrumental, devenida forma predominante y
excluyente de racionalidad, produce “irracionalidad” porque pone
en riesgo la reproducción de la vida al amenazar la preservación de
las fuentes originarles de toda riqueza: la naturaleza como
reservorio vital y el hombre como fuerza de trabajo capaz de
transformarla28.
Ahora bien, esa reacción que expresa la emergencia del sujeto
viviente –y esto es fundamental- no procede desde fuera de los
intereses materiales, sino desde dentro de ellos y en nombre de la
condición material (corporal, natural) del hombre. No hay nada de
idealismo en el “grito del sujeto”. La resistencia no se realiza
en nombre de ideales inmaculados, relativos a un deber-ser de tipo
esencial a una “naturaleza humana” colocada más allá de la
historia y de las necesidades materiales del sujeto viviente y
corporal. Tampoco nace de una actitud caritativa frente al otro,
percibido como un ser sufriente, carente, necesitado de compasión,
que interpela desde su condición de víctima y despierta
sentimientos altruistas. Nada de eso: se resiste en nombre del
interés material más primario y concreto: el de seguir viviendo.29
Hinkelammert contrapone “intereses materiales” y “cálculo de
interés” y, paralelamente, “utilidad” y “cálculo de
utilidades”. El concepto de “interés” contiene una referencia
directa a la base material de la vida y a las necesidades, que es
anulada en la ideología hegemónica. Ese “interés” legítimo
–de perseverar en el ser, de satisfacer las necesidades, de
reproducir el circuito natural de la vida-, resulta reemplazado por
la noción descorporizada del “calculo de intereses” en el marco
de la racionalidad medio-fin. Lo cierto es que los “intereses
materiales” se oponen a “cálculo de intereses”, y que los
primeros se ubican en el campo de lo “útil”, en el sentido de
que su satisfacción es condición de posibilidad de la vida misma (y
seguir viviendo es algo muy útil), al tiempo que enfrentan la
“utilidad calculada”, cuya lógica destruye lo útil (la vida
misma).
El ser humano como sujeto no se sacrifica por otros, no renuncia a su
interés en aras de una consideración del otro en términos de
entrega o generosidad, sino que descubre que solamente puede vivir
con los otros, y que para vivir es necesario no sacrificar a otros.
La solidaridad de unos con otros no se origina en un sentimiento de
piedad o conmiseración, que siempre coloca al otro en un lugar de
inferioridad, sino que nace de la comprensión de que el otro es
parte de mí y que sin él no puedo vivir. Su motor no es el
(sospechoso) altruismo, sino la satisfacción del interés propio,
que es el de todos.
En la medida en que el ser humano aplastado y reprimido por la
totalización de la racionalidad medio-fin se resiste, deviene
“sujeto viviente”: una fuerza emergente que enfrenta la
irracionalidad de lo racionalizado en nombre de una racionalidad que
no es la de las acciones particulares calculadas del individuo, que
prescinden de la consideración del conjunto natural y social y
desencadenan procesos autodestructivos. Esa racionalidad diferente es
llamada por Hinkelammert “reproductiva”, y definida como la
propia del sujeto como ser viviente, corporal, natural, integrado al
conjunto social y natural (sociedad y naturaleza), sin el cual no es
posible la vida misma.
4.
Pensar una forma de universalidad que soporte las diferencias
Raúl Fornet-Betancourt, Ivone Gebara y Franz Hinkelammert ponen en
crisis la noción tradicional de universalidad.
Para el pensador cubano está claro que lo que entendemos
habitualmente por “universal” es el resultado de una modalidad
deficitaria de relación con el otro, en el marco de la cual se da
valor universal a la propia particularidad, despreciando, negando o
sencillamente no percibiendo otras perspectivas sobre la realidad.
Fornet llama la atención sobre el hecho de que ese paradigma
permanece operante en el modo en que la filosofía latinoamericana
blanca y profesional se relaciona con la diversidad cultural de
América Latina. La transformación intercultural
de la filosofía supone, en definitiva, la reformulación de las
nociones de universalidad y diversidad, pues definitivamente exige la
renuncia a la incorporación del otro en lo propio y la opción por
la transfiguración de lo propio y de lo ajeno a partir de la
interacción y la creación de un espacio común.
La filósofa brasilera Ivone Gebara muestra que dentro de los cánones
tradicionales, llamamos “universal” a una forma particular de
conocimiento, que es tomada como paradigmática. De modo específico,
la epistemología patriarcal toma al conocimiento masculino como
universal, como sinónimo de humano, y sólo considera a la
naturaleza en el lugar de objeto para el estudio y dominio del
hombre. El ecofeminismo introduce como referentes a las mujeres y a
la naturaleza, y cuestiona la objetividad de la ciencia y su carácter
aparentemente asexuado. Muestra los límites sexistas, esencialistas
y elitistas de posiciones teóricas que, en nombre de un falso
universalismo, se pretenden liberadoras en América Latina, y que
perpetúan formas tradicionales de hegemonía.
Hinkelammert somete a sospecha el universalismo abstracto, que es
pregonado por la racionalidad moderno-occidental como reaseguro de
igualdad y libertad. Demuestra que esa forma de universalidad es
vacía, pues reduce al ser humano a una figura puramente formal, el
individuo contratante y propietario, que deposita su voluntad en las
mercancías que posee y que quiere intercambiar, con lo que les
traspasa a ellas su corporeidad viva y su dimensión social. Así
reducido, el individuo queda sometido a la ley del valor, que lo
entrega a la irracionalidad del “laissez faire, laissez mourir”.
Por esta vía, se naturalizan las decisiones que condenan a muerte a
miles de seres humanos, se les roba su dignidad rebajándolos a la
condición de objeto, y se los sacrifica en el altar del mercado. Por
oposición a esa racionalidad abstracta, formal, puramente
instrumental, Hinkelammert pone en el centro de su filosofía la
emergencia del sujeto viviente como respuesta a esa irracionalidad
que amenaza la existencia de todos a mediano plazo. El énfasis en el
carácter de viviente y corporal del sujeto es el eje en torno del
cual puede formularse un universalismo de distinto signo: el
universalismo del ser humano concreto. El mismo se basa en un
criterio de verdad auténticamente universal, pues juzga a partir de
la inclusión de la vida de todos y todas, incluida la
naturaleza, en el circuito natural de la vida, que es la condición
de posibilidad de la reproducción de la existencia tanto individual
como de la especie.
En los tres pensadores estudiados existe la convicción de que es
posible pensar lo universal, pero entendiendo que su consistencia
propia está en lo particular, en lo regional, en lo concreto, es
decir, siempre delimitada en el tiempo y en el espacio de la
experiencia real (no en el tiempo homogéneo del progreso infinito ni
en el espacialidad vacía del cálculo geométrico). Todo
conocimiento se da a partir de necesidades concretas experimentadas
en un contexto local, aunque puede conectarse con otras miradas y
abrirse hacia un horizonte general. Ninguna perspectiva es absoluta,
todas poseen la provisoriedad histórica propia de seres
contingentes. Es esa referencia a las necesidades
de sujetos vivos, corporales, y esa localización espacio-temporal de
la experiencia, lo que nos abre una puerta hacia la universalidad.
El ser humano no es universal porque pueda acceder
a conocimientos válidos para todos los grupos humanos, ni porque
pueda someterse a todos sus individuos de su especie a un proceso de
abstracción por el cual, a costa de suprimir todas las
determinaciones reales de los seres humanos como sujetos, se alcanza
un concepto vacío y teñido de rasgos etnocéntricos de humanidad.
Es necesario desligar el concepto de universalidad de las nociones de
unidad y de abstracción. La dimensión de la universalidad, que
caracteriza al ser humano, no procede de la identidad resultante de
subsumir todas las diferencias que cualifican lo real, sino del
reconocimiento de la común pertenencia a una totalidad
interdependiente, en la que necesariamente confluyen maneras
regionales de aprehender, sentir y pensar. Universalidad es
diversidad universal.
1
Dra. en Filosofía (Universidad Nacional de Cuyo, 1996).
Especialista en Historia de las ideas latinoamericanas y Filosofía
Latinoamericana. Es Profesora-investigadora de la U. N. de Cuyo e
Investigadora Independiente del CONICET. Desarrolla su actividad en
el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA)
del CONICET, sito en el CCT-Mendoza, Casilla de Correos 131, C. P.
5.500, Mendoza, Argentina, esfer@speedy.com.ar.
2
Cfr. FORNET-BETANCOURT, Raúl Transformación intercultural de la
filosofía, Bilbao, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001.
3
Ibíd. p. 69.
4
BENJAMIN, Waler. “Tesis de Filosofía de la Historia”, en:
Ensayos, 8 vol., I. Madrid.: Editora Nacional.
2002, p. 114.
5
Tal empresa es la que encara Fornet-Betancourt
cuando reconstruye la “otra cara” del decurso hegemónico de la
filosofía europea, rescatando del olvido formas alternativas del
filosofar que han sido opacadas por las expresiones hegemónicas de
esa tradición intelectual. Cfr. FORNET-BETANCOURT, R. Modelos
de teoría liberadora en la historia de la filosofía europea,
Hondarribia, Editorial Hiru, 2008.
O bien, cuando se aboca a la tarea de recuperar para nuestra
historia de la filosofía las voces de las mujeres, sistemáticamente
expulsadas fuera de la disciplina –y de la misma “racionalidad”.
Cfr. FORNET-BETANCOURT, R. Mujer y
filosofía en el pensamiento iberoamericano. Momentos de una
relación difícil, Barcelona,
Anthropos., 2009.
6
MARTÍ, José. “Nuestra América” En: Obras escogidas en tres
tomos, tomo II, La Habana: Editorial de Ciencias
Sociales, 1992, p. 485.
7
Agrega Fornet: “De manera que el proyecto de ‘descubrir’ la
substancia intercultural de América Latina hubiera podido ser
ilustrado igualmente con base en la herencia que nos han legado
autores como el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), Felipe Guamán
Poma de Ayala (1534-1617), José Hernández (1834-1886), Manuel
González Prada (1848-1918), José Carlos Mariátegui (1894-1930),
César Vallejo (1892-1938), Ricardo Rojas (1882-1957), Fernando
Ortiz (1881-1969), etc.; por no citar aquí sino algunos escasos
nombres” Cfr. FORNET-BETANCOURT, Raúl. Transformación
intercultural de la filosofía. Bilbao, Desclée de Brouwer,
Bilbao. 2001. p. 77.
8
FORNET-BETANCOURT, Raúl. Crítica intercultural de la filosofía
latinoamericana actual. Madrid, Trotta. 2004. pp. 19-74.
9
Cfr. DUSSEL, Enrique. 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el
origen del mito de la modernidad, Madrid, Nueva Utopía. 1992
pp. 136-143, Cfr. FORNET-BETANCOURT, Raúl. Mujer
y filosofía en el pensamiento iberoamericano. Momentos de una
relación difícil, Barcelona,
Anthropos. 2009. pp. 45-55.
10
FORNET-BETANCOURT, Raúl. Crítica intercultural de la filosofía
latinoamericana actual. Madrid, Trotta. 2004. p. 54.
11
El término fue introducido por la socióloga
feminista Françoise D’Eubonne en los
años sesenta.
12
Carole Pateman ha desarrollado ampliamente la tesis de que, a
diferencia del patriarcalismo clásico que derivaba el poder
político del padre de su capacidad procreativa, el patriarcado
moderno se funda en la teoría del contrato social. El contrato se
establece entre varones iguales y libres, quienes, luego de asesinar
metafóricamente al padre, transforman el derecho patriarcal
(clásico) en derecho civil (moderno). El relato moderno del
contrato se basa en la separación tajante entre dos esferas: la
sociedad civil, donde imperan lazos naturales de subordinación sin
relevancia política, y sociedad política, reino de la legalidad y
la igualdad. La igualdad jurídico-política lograda y la
desigualdad social forman, de este modo, una estructura social
coherente, basada en la continua división de dos esferas:
público/privado, cultura/naturaleza, varón/mujer. El secreto que
encierra el contrato como instancia política capaz de garantizar la
obediencia y la subordinación apelando a la igualdad natural,
reside en que los pactantes son hermanos victoriosos, que, unidos
fraternalmente como grupo de iguales, como individuos,
acceden a la esfera política y subordinan a las mujeres en razón
de su condición sexual. En adelante, la diferencia sexual se
constituye en diferencia política, y permite producir la separación
entre sociedad civil (donde existen lazos naturales de
subordinación, pero no tienen carácter político) y sociedad
política (donde los individuos varones instauran el reino de la
libertad y la igualdad) Cfr. PATEMAN, Carole. El contrato sexual.
Barcelona, Anthropos. 1995.
13
Ehrenreich, Bárbara y Deindre English. Brujas, comadronas y
enfermeras, La Sal. 1981
14
GEBARA, Ivone. Intuiciones
ecofeministas. Ensayo para repensar el conocimiento y la religión.
Madrid, Trotta. 2000. p. 32.
15
GEBARA, Ivone. Ibíd. p. 32.
16
Es traducción nuestra del original en portugués: “já
não se pode mais pensar o ser humano como o rei da natureza,
superior a todas as criaturas. Somos parte desde corpo único que
vive desde o individual e o coletivo numa criativa e vital
interdependência de vida, morte, ressurreição, renovação”.
Cfr GEBARA, Ivone.
“Reflexiones ecofeministas”, en Vida y Pensamiento.
Revista Teológica de la Universidad Bíblica Latinoamericana,
San José, Costa Rica, vol. 27, Nº 1, 5-54. 2007. p. 39.
17
GEBARA, Ivone. Intuiciones
ecofeministas… Ob. Cit. p. 40.
18
Es traducción nuestra del original en portugués: “O
tempo dos Impérios e das justificações supra-terrenas dos poderes
não terminou em pleno século XXI. Parece que continuamos a
necessitar desta forma patriarcal e imperial de afirmar o poder e os
valores nos quais acreditamos […]. Por esta razão, muitas
feministas acreditam que a mudança das estruturas de sustentação
econômica do mundo depende em grande parte da mudança de nosso
horizonte simbólico cultural e por tanto da compreensão que temos
de nós mesmos. No fundo, falamos de democracia, de vontade popular,
de socialismo, mas na realidade estas novas formas de compreensão e
de vivência social se dão nas antigas formas hierárquicas
consagradas pelas religiões patriarcais e muito particularmente
pelo Cristianismo. Creio que isto tem a ver com una teologia
política a serviço do poder, como já pensava Spinoza no século
XVII”. Cfr. GEBARA, Ivone. Intuiciones
ecofeministas… Ob. Cit. p. 49.
19
GEBARA, Ivone. Ibíd. p. 136.
20
BURGOS, Elizabeth. Me
llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.
México, Siglo XXI. 1989. pp. 80-82.
21
GEBARA, Ivone. Ibíd. p. 124.
22
HINKELAMMERT, Franz J. El retorno del sujeto reprimido,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002. p. 349.
23
HINKELAMMERT, Franz J. Ibíd. pp. 294-310.
24
BENJAMIN, Waler. “Tesis de Filosofía de la Historia”, en:
Ensayos, 8 vol., I. Madrid.: Editora Nacional. 2002.
p. 127.
25
HINKELAMMERT, Franz J. El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la
globalización. Santiago, Lom Editores. 2001. p. 151.
26
HINKELAMMERT, Franz J. El retorno del sujeto reprimido,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002. p. 343.
27
HINKELAMMERT, Franz J. Ibíd. pp. 40-55.
28
Siempre el desarrollo unilateral y exacerbado de la lógica moderna
del cálculo de utilidades produjo efectos indirectos dañinos. Sin
embargo, durante mucho tiempo, su alcance fue limitado. A medida que
el desarrollo tecnológico acortó las distancias, “achicó” el
planeta y aumentó su poder devastador, la destructividad de estos
efectos no intencionales se generalizó, dando lugar a lo que
Hinkelammert llama “amenazas globales”. Con este concepto se
alude a aquellos problemas que han alcanzado una magnitud y una
gravedad tales que pueden poner en riesgo las bases de sustentación
de la vida misma a nivel del planeta: la pauperización creciente de
la población, la alteración irreversible de la naturaleza y la
violencia que afectan la convivencia humana, son las tres
situaciones de ese tipo más evidentes en nuestros días. Cfr.
HINKELAMMERT, Franz J. El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la
globalización. Santiago, Lom Editores. 2001. pp. 151-155.
29
HINKELAMMERT, Franz J. El retorno del sujeto reprimido,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2002. p. 347.
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