martes, 29 de mayo de 2012

Los límites del imperio, la Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI



 
Carmen Bohórquez
Universidad del Zulia
Maracaibo-Venezuela



Entre la vida y el capitalismo
            Nunca como ahora había adquirido tanta significación la dicotomía planteada en 1915 por Rosa de Luxemburgo: Socialismo o barbarie. Dictum que István Meszáros ha hecho más crudamente realista al agregar…. “si tenemos suerte”. Y es que ciertamente, no parece caber ya duda alguna de que con respecto al capitalismo se ha alcanzado la anunciada y definitiva contradicción entre su permanente “necesidad” de acumulación y los límites materiales para garantizarla; pues es claro que esa infinita acumulación de capital sólo puede mantenerse sobre otro principio, no dicho: el de una también infinita depredación y explotación de la naturaleza; lo que, sabemos, es materialmente imposible de sostener. Y en su suicida carrera por impedir el trabamiento y la ralentización de un crecimiento que es su razón de pervivencia, el sistema acelera lo mismo que pretende impedir.
Lo realmente grave en todo esto es el hecho de que esa carrera no es sólo suicida sino criminal en toda eventualidad para la humanidad entera, pues antes de que ocurra la propia autonegación del sistema, se producirá la destrucción de la vida sobre el planeta y, con ella, la extinción de la especie humana.
Quizás ese fue siempre el verdadero significado de la tan publicitada frase de Francis Fukuyama de que habíamos llegado al fin de la historia, cuando equivocadamente tomó la desaparición de la alternativa existente en ese momento como desaparición de toda alternativa. Pero el error no estuvo sólo en Fukuyama. También desde la izquierda tomamos equivocadamente esa afirmación y nos dedicamos más a refutar la falsa inferencia lógica que enarbolaba triunfalmente este personaje y el resto de los adalides del neoliberalismo, que en caer en cuenta de que el fin de la historia nos estaba realmente acaeciendo, pero por otra vía: no por la del capitalismo como ideología triunfante sino por el lado de que su propia realización material y la dirección que esa realización había tomado en su fase neoliberal, conducía directamente a la desaparición de la vida sobre el planeta.
Sin embargo y a pesar de la evidencia, el problema mayor está en que, como dice Meszáros, el supuesto de la eternidad del capital y con él, de su forma más perversa de realización histórica, el capitalismo, enmascara la realidad de esta decisiva encrucijada ante la cual se encuentra hoy la humanidad: confrontar la lógica destructiva del capitalismo o perecer. Bien podríamos, entonces, parafrasear la frase de Rosa de Luxemburgo y decir que la humanidad se encuentra hoy debatiéndose entre la Vida y el capitalismo, y que si la esencia del capitalismo lo lleva a aniquilar la vida, estamos más que nunca obligados, moral y materialmente, a comprometernos con aquellas vías que, por el contrario, garanticen la reproducción incesante de ésta.
Dicho de otro modo, no hay opción posible para la humanidad como no sea la de construir urgentemente una alternativa al capitalismo. Y en esta disyuntiva radical en la que el objetivo fundamental es el de construir o establecer una “forma histórica nueva” que busque ir más allá del capitalismo mismo y reemplazar efectivamente al mundo del capital en sí – aunque desde el punto de vista de la factibilidad propiamente dicha, tenga que plantearse dentro de los parámetros de este mundo[1] –,  la sociedad socialista sigue apareciendo como la única posible.


Legitimación de la muerte. Combate por la vida.
Esto que a primera vista debería resultar obvio para toda la humanidad, puesto que estamos hablando de la propia supervivencia de la especie humana, ha resultado sin embargo de difícil concreción en cuanto a generar un vasto movimiento social de desmontaje y derrota de las fuerzas del capitalismo. Ni siquiera la actual crisis, reconocida por los propios centros pensantes del sistema como la más profunda de las crisis vividas (eufemismo para no reconocer que se trata de una crisis estructural), parece levantar más reacción que la de una preocupación seria, pero momentánea, por capear el temporal con el menor daño posible, gracias a la dogmática seguridad del carácter eterno del capital. Seguridad que, claro está, es reforzada constantemente por todo el aparataje legitimador del sistema y en particular por su expresión mediática, que se esmera en mantenernos en el nivel fenomenológico de la presente crisis. Así, aunque se admite que la misma es tanto o más grave que la de los años 30 del pasado siglo, todo el discurso está dirigido a convencernos de que podrá ser superada tan sólo con que la humanidad realice un acto voluntario de fe (confianza) en quienes precisamente la produjeron y en su fórmula de salvación: la astronómica inyección financiera a empresas y bancos; omitiendo mencionar, por supuesto, el desplazamiento de sus terribles consecuencias hacia los excluidos de siempre.
            Contribuye grandemente a reforzar esta seguridad y es no menos decisivo, el ejercicio implacable y extendido a todo el planeta de la amenaza, del chantaje y del uso arbitrario de la fuerza militar por parte de la potencia que se ha erigido y pretende continuar eternamente como hegemónica, y ante la cual todas las demás, menos poderosas, no sólo han terminado sometidas a sus designios sino que incluso, como lo ha puesto radicalmente en evidencia la actual crisis europea, propenden a consagrarla como el Estado por excelencia del sistema capital; y esto, independientemente de que lo hagan por la propia necesidad de evitar una catástrofe económica interna, como es incluso el caso de China o Japón[2].
            No todo, sin embargo, está perdido. Mientras el mundo “desarrollado” del capital se encuentra entrampado entre el dogma que lo justifica como cultura superior y único modelo posible, y su huída hacia adelante a través de un revival de su violenta tradición invasora, saqueadora y colonizadora en procura de las riquezas naturales que demanda su irracional modelo de consumo, con absoluto desprecio de la vida, derechos y cultura de los pueblos a los que ha escogido como víctimas (Irak, Afghanistán, Libia, y ahora Siria e Irán); desde el Sur, desde la periferia, desde el mundo “subdesarrollado”, pueblos diversos insurgen y ensayan modelos propios de organización social en los que la persona humana y no el capital, constituye el centro a partir del cual se definen la vida, los derechos, la libertad, la justicia, la igualdad y la paz. Asistimos, así, a una búsqueda de referentes propios en la que estos pueblos se están descubriendo como forjadores de su propia historia y, más importante todavía, en la que se están reencontrando consigo mismos en lo que tienen de auténticos, de dignos y de sujetos de derechos, sin imposiciones de ningún tipo. De modo que si el Siglo XXI ha comenzado con la inocultable evidencia de una crisis estructural y definitiva del genocida modelo capitalista, también comienza a mostrarse, cada vez con mayor claridad, como un siglo de renacimiento de la humanidad; renacimiento que se hará posible en la medida en que estos pueblos en insurgencia logren, en clara conciencia del desafío,  actuar fuerte y concertadamente para hacer pronta realidad esa forma histórica nueva en la que  sea posible una vida digna para todos y todas, en paz y con justicia. Sólo así, será posible detener el destino de muerte al que nos está conduciendo la ceguera imperial. 


La construcción de una alternativa socialista en el Siglo XXI
            La presente búsqueda de alternativas a un sistema esencialmente negador de vida y de derechos no es, sin embargo, un intento inédito o excepcional. La historia de la humanidad está hecha de rebeliones, de luchas permanentes de los pueblos contra las estructuras de dominación, de intentos de construir mundos diferentes a los sistemas imperantes. Históricamente también, la ideología dominante ha sabido utilizar su poder para descalificar o aplastar estos intentos bajo el predicamento de que atentan contra “la paz y el orden establecidos”; aunque sin poder evitar que algunos de ellos llegaran a constituirse en grandes movimientos revolucionarios que cambiaron la historia mundial al asumir como tarea concreta y fundamental, no sólo la negación de la negación que operaba desde el sistema imperante sino, sobre todo, la construcción de un orden nuevo y real que hiciera justicia a las víctimas del viejo sistema. Vale mencionar la Revolución Francesa, la Revolución de Haití, o las Revoluciones de Independencia en el resto de Nuestra América, cuyos Bicentenarios hemos comenzado a celebrar.
En 1917, una de estas revoluciones suplantó un orden imperial, de corte feudal, por un sistema socialista que buscaba construir la dictadura del proletariado y avanzar hacia la realización del “reino de la libertad” en la tierra, del que hablaba Marx. A esta experiencia histórica que duró 70 años, se la refiere como Socialismo real, y mientras la derecha actual intenta convencerse a sí misma de que es un cadáver en proceso de momificación, para la izquierda esta experiencia juega hoy un rol ambivalente. Por un lado, está el reconocimiento del crucial papel que este socialismo real jugó en el sostenimiento y supervivencia de la ideología y de los movimientos de izquierda en el mundo; los que de otra manera hubieran quedado totalmente aniquilados ante el empuje de la creciente ideología imperial de un Estados Unidos en plena expansión, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, tras la caída del muro del Berlín y puestos al descubierto los pies de barro de ese gigante de la otra mitad del mundo, este modelo particular de socialismo se ha convertido para la izquierda actual en una especie de hándicap, en tanto es utilizado a menudo por sus enemigos ideológicos para descalificar, refutar y mostrar como fracaso indefectible cualquier nuevo intento de transitar por el camino del socialismo.
Evidentemente que tras este argumento se esconde la falacia de estar tomando la parte por el todo, de tomar un evento concreto por un universo posible; pero no siempre nos ocupamos desde la izquierda de poner al descubierto este engaño. En todo caso, la propia expresión ‘Socialismo real’ indica que la misma derecha admite que en un momento dado de la historia fue posible construir una alternativa al capitalismo, que hubo un intento de llevar a la práctica concreta ese modelo teórico cuyas características Marx logró explicitar mejor que nadie: un modelo de sociedad centrado en la justicia social y en la liberación del ser humano de la alienación y de la explotación capitalista de su fuerza de trabajo. Desgraciadamente, ese Socialismo real que encarnó la Unión Soviética terminó entrampado en lo mismo que supuestamente pretendía combatir y superar: la actividad humana fue puesta en función de la acumulación de capital, esta vez en manos del Estado, y la participación del pueblo fue excluida de la toma de decisiones, quedando ésta concentrada en una capa burocrática que concentró también privilegios y riquezas.
Por otra parte y por extraña razón, aún cuando en el mundo se han mantenido otras experiencias socialistas exitosas, es decir que también son reales y están muy vivas, como el socialismo cubano, el socialismo chino, o el vietnamita, el discurso de la derecha sigue refiriéndose al fracaso del Socialismo real de la Unión Soviética, tomándolo como absoluto; otra trampa en la que también la izquierda cae a menudo.
Quizás en parte por esta inducida reducción de la experiencia socialista a lo que fue la Unión Soviética y en parte porque las profundas transformaciones políticas que hoy florecen en América Latina tienen sus propias peculiaridades y han tomado cuerpo con el cambio de siglo, se ha dado en llamar a estos nuevos intentos de construir una sociedad centrada sobre la persona humana y no sobre el capital, Socialismo del siglo XXI; denominación que busca subrayar la diferencia con cualquier otra experiencia anterior. Sin embargo, tal calificativo no debe implicar que su novedad o sus particularidades nos autoricen a borrar la historia o a marcar un radical parteaguas con las experiencias socialistas que cubrieron el siglo XX. Pues con todo y los graves errores y desviaciones que se pudieron haber cometido, necesario es subrayar que el Socialismo real que encarnó la Unión Soviética hizo históricamente posible no sólo los otros proyectos socialistas que ya mencionamos, sino también este nuevo socialismo; incluso aunque sólo fuera por el hecho de haber logrado contener durante 70 años la voracidad del imperio. Los desmanes cometidos a partir de entonces por los Estados Unidos y sus aliados sobre el resto del mundo, parecen darnos la razón.
Como también es necesario tener presente que tampoco habría sido posible construir lo que hoy se está intentando en Nuestra América, sin el heroico ejemplo de la Cuba socialista, sin su clara conciencia internacionalista y sin su ejemplarizante solidaridad.
De allí que cuando nos planteamos la cuestión del Socialismo del siglo XXI, debemos considerar necesariamente dos aspectos: primero, el de una evaluación crítica del pasado, es decir de los caminos socialistas ya transitados (socialismo real) a fin de superar sus inconsecuencias y evitar reproducir sus errores, pero también para reconocer sus aportes en el largo camino de la justicia social. En segundo lugar, la necesidad de identificar las exigencias fundamentales del presente tiempo, que necesariamente influyen sobre su especificidad y que deberán ser tenidas en cuenta a la hora de definir las estrategias que nos permitirán producir ese cambio radical que exigen los pueblos y la vida misma, y además con la urgencia que estos tiempos demandan.
No pretendemos determinar aquí esas exigencias ni definir las estrategias generales a seguir; factores que sólo la sabiduría y la fuerza de los pueblos en su lucha contra la injusticia, y el aporte teórico de su vanguardia intelectual irán configurando en cada caso. La transformación radical de la sociedad, la sustitución de un sistema dado la deciden los pueblos mismos, en tanto se asumen como actores colectivos de lo nuevo.
De lo que sí estamos convencidos es de que hoy diversos pueblos de Nuestra América y de otras latitudes, Venezuela entre ellos, han emprendido nuevamente el camino de la recuperación de una comprensión humana del mundo y de la construcción de una alternativa a esa “civilización” de muerte que ha generado el sistema capitalista; como también estamos convencidos de que esta alternativa se hará concreta y definitivamente posible porque la estamos decidiendo desde la voluntad de vida.
De allí que nuestra pretensión aquí sea sólo la de subrayar la urgencia y afirmar la utopía, poniendo como ejemplo el proceso del cual estamos siendo partícipes y testigos, así como presentar algunos indicadores que muestran cómo el pueblo y el gobierno de Venezuela trabajan en conjunto para hacer realidad esa alternativa; convencidos como estamos de que sólo dentro de la causa histórica del Socialismo se puede avanzar hacia la superación definitiva de la injusticia y hacia la preservación de la vida sobre el planeta.


La Revolución Bolivariana
Llegar en Venezuela a este momento revolucionario no fue fácil, ni ocurrió por milagro. Como en todo cambio histórico radical son múltiples y muy complejas las causas que van concatenándose y acumulándose hasta provocar la ruptura liberadora. En el caso venezolano, y en mucho esto vale para movimientos similares en otras regiones de la América Latinocaribeña, tendríamos que comenzar la indagación desde la propia invasión y ocupación española, cuando a partir de un acto primigenio de violencia física y cultural quedaron instauradas en estas tierras la injusticia y la opresión como elementos constituyentes de una sociedad signada por el descentramiento político y cultural, y la negación de la propia condición humana.  Las luchas de independencia provocaron la primera ruptura liberadora tras tres siglos de férreo coloniaje,  pero tras la muerte de Bolívar, la imposición del proyecto de las élites criollas por sobre la propuesta bolivariana de emancipación real e integral de la sociedad, restauró de cierta manera la misma injusticia y las mismas condiciones de opresión que habían regido durante la colonia, con la diferencia de que esta vez los opresores provenían del mismo suelo patrio.
Un nuevo intento de ruptura liberadora se produce en Venezuela a mitad del siglo XIX con la guerra federal comandada por el General de Pueblos Libres, Ezequiel Zamora, bajo el grito ¡Tierras y Hombres Libres!, que pretendió poner fin a la extrema latifundización del territorio y a la vuelta de las condiciones de esclavitud para la gran masa campesina forzada a trabajar la tierra. El asesinato de Zamora desarticuló el movimiento y las élites criollas reforzaron su control y sus privilegios por el resto del siglo.
El descubrimiento del petróleo a fines del siglo XIX e inicios del Siglo XX abrirá paso a una nueva colonización de Venezuela, esta vez por parte de los Estados Unidos; nación que, como lo avizoró el propio Bolívar, parece destinada por la Providencia para plagar a la América de miserias en nombre de la libertad. Y, efectivamente, enarbolando la bandera de la modernidad, del progreso y de la libertad –definidas todas, por supuesto, desde sus propios intereses– los Estados Unidos no sólo iniciaron un nuevo y gran saqueo de nuestras riquezas naturales, sino que al igual que el viejo imperio fue penetrando en los más recónditos meandros de la sociedad hasta lograr el control casi total de la misma; ayudado en esta tarea por la burguesía criolla exportadora que desde entonces se convirtió en su agente más fiel.
La apropiación y control de la explotación petrolera le permitió a los Estados Unidos, como ha ocurrido en toda Nuestra América, controlar también los procesos políticos que en adelante se dieron en Venezuela, decidiendo e imponiendo desde férreas dictaduras hasta remedos de gobiernos democráticos, todos con una característica en común: la obediencia ciega y hasta complaciente a las políticas que los Estados Unidos iba diseñando para su patio trasero. Esta dominación, prácticamente sin resistencia, salvo el movimiento guerrillero que insurgió en la década del 60 y que finalmente resultó derrotado tras casi 20 años de lucha, se mantuvo de manera casi determinista hasta finales de la década de los 80, en la que la imposición de las políticas de choque neoliberales que el FMI imponía a sus anchas en el mundo, produjeron la primera y más extendida reacción popular de que se tenga noticia contra la forma neoliberal que ahora asumía el capitalismo para superar su crisis y afianzar su hegemonía total en el planeta. Esta explosión de rebeldía popular, conocida como El Caracazo, se extendió durante los días 27 y 28 de febrero de 1989 de forma casi simultánea por todo el país y puso en jaque al estamento político, el cual no encontró otra manera de afrontarla que ordenar una brutal represión que ocasionó miles de muertes; con lo cual selló la suya propia. Este terrible hecho que más de dos décadas después sigue estremeciendo la conciencia de los venezolanos y venezolanas, y sigue exigiendo justicia, fue el detonante fundamental para que el movimiento militar revolucionario que venía incubándose en los cuarteles desde inicios de esa misma década, decidiera acelerar el paso hacia una confrontación con el modelo entreguista, excluyente y contrario a los intereses populares, que representaba el llamado Pacto de Punto Fijo; pacto que permitió durante 40 años a socialdemócratas (Acción Democrática) y social cristianos (Copei), los dos partidos mayoritarios del sistema, turnarse en el poder y gobernar sin mayores cuestionamientos el país, dado su estrecho pacto con las burguesías nacionales y su incondicional alianza con los Estados Unidos. 
Es con todos estos antecedentes que se produce la rebelión militar encabezada por Hugo Chávez Frías en febrero de 1992, que, aunque fracasada en el momento, logra sacudir las conciencias y mostrar la posibilidad de una salida al oscuro laberinto en el que se sentía desesperanzadamente atrapada la mayoría del pueblo venezolano; víctima secular como lo había sido de sucesivos proyectos de dominación. La posterior incorporación de Chávez a la vida política del país, tras dos años de prisión y de creciente apoyo popular, permitió galvanizar todo ese descontento y ansias de liberación largamente reprimidas, que finalmente cristalizó en el proyecto liberador de la Revolución Bolivariana.


La refundación de la República
Como sabemos, el 2 de febrero de 1999, siete años después de la rebelión militar y luego de haber atravesado la campaña electoral más dura y mediáticamente agresiva que se recuerde en Venezuela, y haber ganado a pesar de ello las elecciones con una contundente mayoría sobre el candidato que representaba todo ese pasado de gobiernos oligárquicos, Hugo Chávez asumió la Presidencia de Venezuela. Su primer decreto presidencial fue el de convocar de inmediato, como lo había prometido durante su campaña electoral, un referéndum para que el pueblo decidiera, como en efecto ocurrió, la convocatoria y elección de una Asamblea Nacional Constituyente, la cual habría de redactar una nueva Carta Magna que refundara la República y sentara las bases de un nuevo pacto social.
A partir de ese momento se abrió en Venezuela un espacio de participación popular nunca antes vivido, y que se ha seguido intensificando y ampliando hasta el presente. El país entero, desde todas las tendencias políticas y grupos económicos, pero fundamentalmente desde todos los sectores sociales, culturales, étnicos, religiosos, las minorías todas se incorporaron a ese gran debate nacional y colectivo que dio como resultado una nueva y revolucionaria Constitución, aprobada también en Referéndum popular el 15 de diciembre de 1999.
En esta nueva Constitución se define la República como una sociedad democrática, participativa y protagónica, pero además multiétnica y pluricultural. Ya este reconocimiento del mapa cultural del país hizo posible por primera vez la visualización y la participación política de los  pueblos indígenas. De hecho, en el texto fundamental quedan reconocidas su organización social, política y económica, sus culturas, usos y costumbres, sus idiomas, saberes y religiones, así como su hábitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan y que les son necesarias para desarrollar y garantizar sus formas de vida. En cumplimiento de ello y en conjunto con las comunidades indígenas, se han demarcado y entregado a éstas en titularidad, hasta el momento presente, un millón de hectáreas; que además, por disposición constitucional, son inembargables e intransferibles.
 Igualmente son reconocidos sus derechos políticos y por vez primera en más de 500 años, los indígenas están participando activamente en las decisiones políticas que afectan a la integralidad de la nación. Por ley tienen representación en la Asamblea Nacional, mediante diputados propuestos por ellos mismos, así como la tienen en las Asambleas Legislativas regionales y en los Concejos Municipales de los Estados donde habitan estas comunidades. Tal reconocimiento permitió, por ejemplo, que una mujer indígena fuera durante dos períodos consecutivos Vicepresidenta de la Asamblea Nacional, y que hace seis años se creara el Ministerio del Poder Popular para Asuntos Indígenas, el cual está dirigido además por indígenas. Con la misma intención de erradicar toda exclusión, se creó también un Ministerio para Asuntos de la Mujer y la Igualdad de Géneros.
De la misma manera, en la nueva Constitución, escrita además en lenguaje de género, se incluyeron artículos dirigidos a garantizar la inclusión de sectores específicos de la sociedad, como las amas de casa, cuyo trabajo doméstico es reconocido como productor de valor agregado, es decir como actividad económica y por tanto como generador del derecho a la Seguridad Social; reivindicación que viene haciéndose realidad desde hace varios años y que avanza hacia su universalización. Igualmente, se reconoce y revaloriza a las personas con discapacidad, habiéndose creado programas de atención integral, asignación de pensiones de seguridad social, reconocimiento del lenguaje de señas y la Misión José Gregorio Hernández para atender cabalmente todas sus necesidades[3]. Del mismo modo se dedica atención muy especial a los adultos mayores, cuya pensión de seguridad social no sólo fue homologada al salario mínimo, sino que se incrementa al ritmo de éste, reconociéndose incluso ese derecho a los sobrevivientes del pensionado y avanzándose aceleradamente hacia la inclusión universal de este sector etario[4]. Esta pensión, por otra parte, incluye bonificación de fin de año y es pagada mensualmente al beneficiario, incluso por adelantado, al contrario de la humillante situación a la que eran sometidas estas personas en anteriores gobiernos. Lo mismo puede decirse con respecto a la atención de los niños, niñas y adolescentes, quienes hoy constituyen el sector que recibe mayor atención. Gracias a estas políticas sociales, se ha logrado reducir la pobreza en más de un 70% y Venezuela ha pasado a ser el país con el menor índice de desigualdad en toda América Latina.
En esencia, podemos decir que esta nueva Constitución establece a través de todo su articulado la obligación por parte del Estado, y en responsabilidad compartida con todos los ciudadanos, de garantizar el cumplimiento de los derechos humanos básicos, tales como el derecho a una vivienda digna, a la salud, al trabajo y, en general, a todo aquello que asegure una participación justa y equitativa en el desarrollo de la nación, sin discriminación de ningún tipo. Y puesto que ninguno de estos derechos podría cumplirse plenamente en un Estado cuya soberanía esté comprometida por su dependencia económica, la Constitución vincula el desarrollo de estos derechos a la superación definitiva de esa condición de dependencia. Es así como estipula y fomenta la diversificación de la actividad productiva, la soberanía alimentaria, la economía participativa, popular y alternativa mediante el apoyo efectivo y privilegiado a las cooperativas, organizaciones de trabajadores, pequeños y medianos productores y, sobre todo, mediante una verdadera reforma agraria que hoy está poniendo fin al latifundio y convirtiendo a la producción agrícola en un instrumento estratégico de liberación[5].
Es claro, pues, que para la Revolución Bolivariana el objetivo fundamental es la reivindicación de la persona humana como eje y télos de la organización de la sociedad, y no la defensa del propietario o del consumidor, implicada en la definición de libertad y democracia que se hace desde el mercado y que necesariamente condena a muerte a gran parte de la humanidad.


Hacia el socialismo
            A pesar de que el texto constitucional aprobado en referéndum popular en 1999 representaba una revolución en sí mismo, el gobierno del Presidente Chávez no se planteó durante los primeros años de ejercicio una ruptura con el sistema capitalista, sino que intentó, un tanto ingenuamente, poner en práctica la nueva Constitución a través de la posibilidad de una “tercera vía” o de un capitalismo con “rostro humano”. Sin embargo, tras la dolorosa experiencia del golpe orquestado por la derecha en abril de 2002 y del golpe petrolero de 2002-2003, la realidad demostró que no sería jamás posible llevar adelante un proyecto de liberación nacional, entendido como ejercicio de soberanía política y cultural, de manejo independiente de la economía y, sobre todo, de realización de la justicia social, en el marco del capitalismo y de la subordinación imperial. Fue así como en diciembre de 2004, y luego en el Foro Social Mundial de 2005, el Presidente Chávez proclamó la necesidad de trascender los límites del sistema y de orientar el esfuerzo de todos y todas hacia la construcción de una sociedad socialista: único espacio donde sí sería posible hacer realidad lo que teóricamente había quedado plasmado en dicha Constitución: hacer de Venezuela un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia.
Desde entonces y con constantes ensayos y errores, este proyecto socialista se ha venido construyendo y radicalizando. Y aún cuando no esté totalmente definido, podríamos decir de manera general que una de las características de la Revolución Bolivariana y la que le da quizás su carácter sui generis, es la de alimentarse de la tradición histórica socialista de todos los tiempos y latitudes, desde el cristianismo primitivo y la sociedad comunitaria practicada por nuestros pueblos aborígenes, hasta los aportes de Marx, Lenin y Mao, así como de las ideas de Martí, Fidel y el Ché; como también se alimenta del acervo revolucionario que representa la experiencia de lucha y resistencia de nuestros pueblos indígenas ante la invasión de América por parte de España; de las continuas rebeliones de negros, mestizos y criollos durante los 3 siglos de opresión colonial; y, fundamentalmente, toma como referentes insoslayables el pensamiento y la gesta libertadora y reivindicadora de soberanía del Libertador Simón Bolívar, así como de Francisco de Miranda, Antonio José de Sucre, Simón Rodríguez, y de todos los libertadores de nuestra América que fueron capaces, juntando esfuerzos y voluntades, de derrotar y expulsar definitivamente de América al imperio español. También se hace heredera nuestra revolución de Ezequiel Zamora y de sus huestes federales, que en 1859 clamaban por tierra y hombres libres.
Es claro que no se trata de copiar modelos, ni tampoco de exportarlos. Cada pueblo habrá de buscar las claves dentro de sí mismo y es desde allí, desde donde podrá construir sus propios y auténticos caminos de liberación. Tal como lo reclamaba en el Siglo XIX Simón Rodríguez, la América no debe imitar servilmente, sino ser original: Inventamos o erramos. O en palabras de Mariátegui: nuestro Socialismo no puede ser calco ni copia, sino creación heroica.
Y la América nuestra está creando, la América nuestra está inventando. En los últimos 20 años, han surgido por lo menos tres nuevas propuestas o tres alternativas para construir ese otro mundo posible que, más que posible, hoy se hace urgente y necesario: la del Zapatismo en México (un mundo donde caben todos los mundos); la del Socialismo del siglo XXI, centrado en la noción y la práctica real de la democracia participativa y protagónica, que constituye sin duda la clave sobre la que se estructura la propuesta de la Revolución Bolivariana y de cuya realización plena depende su consolidación como proceso liberador; y la del Buen Vivir, que guía a las revoluciones de Bolivia y Ecuador. En ellas encontramos los tres principios fundamentales que deben regir esa nueva sociedad socialista que estamos obligados a construir en este tiempo nuestro: inclusión desde el reconocimiento de la diversidad, democracia participativa y protagónica, armonía y respeto a la naturaleza.
Es con toda esta riqueza espiritual y con esa fuerza que emana de una tradición de lucha, que en Venezuela hemos emprendido un combate sin cuartel por la vida, la libertad, la justicia social, la igualdad, la paz, la inclusión social, la independencia, la solidaridad, la integración latinoamericana y caribeña, el respeto a la soberanía de los pueblos, y el establecimiento de una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural. Todo esto pretende serlo la Revolución Bolivariana. ¿Cómo lograr que lo sea? ¿Cómo llevar esta propuesta o carta de intenciones que recoge nuestra Constitución a la práctica? ¿Cómo evitar que desviemos el camino o peor aún, que la revolución que creemos estar haciendo, se quede tan sólo en una ardiente retórica, mientras que en la realidad sigue actuando la fuerza inercial de las viejas costumbres y el mantenimiento de las desigualdades?
El momento actual parece ser propicio para hacer un balance sobre el camino andado y determinar hasta dónde se ha transformado verdaderamente la sociedad venezolana, y si esa transformación ha sido una obra colectiva de la que todos hemos sido partícipes o si ha sido, como dicen los adversarios, un capricho impuesto a la fuerza por un autoritario Presidente que pretende eternizarse en el poder por quién sabe qué artilugios, y que además pretende revivir en el siglo XXI la trasnochada y fracasada ideología del Socialismo que, según ellos, es rechazada por la mayor parte de la población. Omiten decir esas fuerzas opositoras que en 13 años de gobierno bolivariano se han realizado 15 procesos electorales,  supervisados todos por organismos internacionales, y que en todas aquellas elecciones en que ha estado en juego la figura presidencial, el Presidente Chávez ha sido respaldado por el pueblo por una abrumadora mayoría; como también omite decir que el 53 % de la población venezolana está plenamente convencida de que sólo en Socialismo será posible construir una sociedad de paz, igualdad y justicia.
Creemos útil hacer este balance no sólo como una manera de desmontar o contrarrestar la matriz mediática que, generada desde los grandes centros de poder, cumple permanentemente su función de desacreditar, desvirtuar y satanizar cualquier experiencia alternativa de organización de la sociedad, distinta de la que sirve a sus intereses hegemónicos; sino sobre todo porque consideramos necesario que en esta búsqueda y construcción real de vías liberadoras que la propia humanidad requiere como condición de supervivencia, intentemos sistematizar o caracterizar de alguna forma dichas experiencias, esperando contribuir así a una teoría de la transición hacia el socialismo de este siglo XXI. De allí la necesidad de conjugar dialécticamente logros materiales con principios y líneas estratégicas; so pena a veces de incurrir en repeticiones.

De los principios y acciones
En este sentido y a partir de la experiencia venezolana, de la que hemos sido como la mayoría del pueblo venezolano activos protagonistas, nos permitimos aportar algunas reflexiones sobre las condiciones que creemos deben cumplirse para que un proceso de transformación social pueda ser considerado realmente una revolución y, en función de ellas, intentaremos realizar un examen crítico de lo actuado.
La primera afirmación a establecer es que para que una revolución sea verdadera debe ser una revolución integral. Esto implica esencialmente una revolución de los valores, la construcción de una nueva cultura centrada en esos nuevos valores revolucionarios y, por ende, la formación del nuevo ciudadano y ciudadana capaz de asumir el reto de enfrentar y superar su actual condición de oprimido, y todos, en conjunto, construir piedra a piedra un camino sólido hacia una sociedad de justicia, de igualdad y de real libertad para todos y todas. En tal sentido, creemos que las siguientes condiciones son fundamentales para que pueda hablarse de verdadera revolución:
a. Que el proyecto emprendido represente verdaderamente y construya realmente un orden alternativo sostenible e irreversible.
b. Que como requisito sine qua non asegure la progresiva transferencia de la toma de decisiones al pueblo organizado.
Ambas condiciones constituyen realmente una sola, pues la irreversibilidad del proceso no será posible si no se logra la plena participación del pueblo en la toma de decisiones. Por tanto, una revolución está obligada a trazar una estrategia de participación genuina como condición necesaria para crear ese orden social alternativo. Sólo a través de la práctica de la participación, el pueblo se hace capaz de identificar por sí mismo y de superar las ideas y estructuras que lo niegan como sujeto de derechos, aprende a definir las metas y modalidades de reproducción de las condiciones que garantizan su plena existencia social, y se determina a defenderlas contra todo intento de restaurar el orden anterior; al tiempo que va imaginando y creando nuevas posibilidades.
c. Realización de la igualdad sustantiva. Los dos requisitos anteriores presuponen el principio de la igualdad sustantiva, no el de la igualdad meramente formal que inunda los textos legales de la democracia representativa burguesa. Lograr esta igualdad es el propósito fundamental de una revolución verdadera. Sin igualdad sustantiva no hay justicia, ni liberación, ni real democracia, ni menos podría decirse que se esté construyendo una alternativa socialista. Por el contrario, no avanzar hacia ella sería la prueba más evidente de que nos mantenemos inmersos en el orden capitalista, en donde la desigualdad no sólo es condición de existencia y permanencia de dicho orden sino que, de hecho, ha sido convertida en fundamento de la cultura que genera y que a su vez lo sostiene. Por ello, resulta inmoral que desde el capitalismo se hable de democracia y libertad, cuando casi la mitad de la humanidad vive hoy por debajo del nivel de pobreza. Las cifras hablan crudamente por sí solas: mientras el 20 % más pobre se tiene que contentar con apenas el 1.6% de todas la riquezas de la Tierra, el 20% más rico consume el 82.49 %.
En la cultura de la desigualdad que genera el capitalismo, no tiene cabida el poder compartido de decisión ni la participación. En esa cultura el chofer no es igual al doctor. La mucama no es igual a la señora. El obrero no es igual al patrón. El campesino no es igual al citadino. El negro no es igual al blanco. El indígena no es igual al criollo. La mujer no es igual al hombre. Los homosexuales no son iguales a los heterosexuales. Los sudacas no somos iguales a los españoles. Los latinos no somos iguales a los anglosajones. Los pobres, en fin, no son iguales a los ricos y, por tanto, se considera casi de derecho natural que sean siempre estos últimos los que deban gobernar y decidir lo que mejor conviene a todos. Y si por justa razón, algunos de estos grupos excluidos de la participación intentan hacer valer su voz, de inmediato son criminalizados a través de los aparatos comunicacionales del sistema, y sus luchas abiertamente invisibilizadas. 
d. Democracia real. La desigualdad social y económica tiene evidentemente su correlato político. En un sistema capitalista, la tan defendida democracia no puede, evidentemente, ser otra cosa que una democracia representativa. De hecho, como ya mencionamos, en ella se actúa bajo el axioma de que son pocos los que saben lo que mejor conviene a todos y, lógicamente, es esta élite la que debe representar a todos los que no saben. Tal concepción, reafirmada constantemente por los aparatos de reproducción del sistema, facilita y “legitima” en el imaginario colectivo el que los intereses de la oligarquía política y económica se conviertan en los intereses de la nación, del Estado y del orden que los privilegia y mantiene. Más aún, el propio pueblo subyugado, como ocurría en la vieja Venezuela y sin duda en muchas otras partes, incluidos los propios países desarrollados, llega incluso a considerar lógico, valedero y hasta loable que una vez en el poder, estos sus “representantes” políticos, olvidando de dónde les viene la potestad de representación, se tomen a sí mismos por sus propios representados y terminen no sólo gobernando para sus particulares intereses, sino también aprovechándose del poder para enriquecerse más aún.
Vale agregar que la manipulación de las conciencias puede llegar, y de hecho sobran los casos que lo demuestran, a “naturalizar” incluso la servil alianza de estas oligarquías con el imperio dominante, y a que se vea como lógica consecuencia de la misma, no sólo la entrega de los recursos naturales de la nación y hasta del territorio patrio para que se coloquen bases militares que amenazan países hermanos, sino también el que se le apoye y acompañe invadiendo pueblos, destruyendo culturas, dando golpes de Estado, declarando guerras y otros crímenes que los monopolios comunicacionales se encargarán de legitimar.
Sin duda que un sistema de este tipo, que además se apoya sobre un aparato militar con tentáculos en casi todo el planeta, no dará jamás lugar al surgimiento de un orden alternativo por simple evolución determinística de sus contradicciones, ni mucho menos por una reveladora toma de conciencia de su maldad intrínseca.   
De manera concomitante, resulta igualmente claro que no es posible construir esa necesaria alternativa desde una democracia representativa, o mediante cambios meramente formales o procedimentales; porque llegados a este punto de disyuntiva radical en la que nos encontramos, es evidente que no se trata sólo de construir un simple régimen político sino, más que eso, de construir un nuevo espacio de realización humana en el que la satisfacción de los derechos humanos básicos, la libertad y la justicia se conviertan en ejercicio y disfrute real y efectivo de todos los ciudadanos y no sólo de unos pocos. Y esto no puede ser construido sino colectivamente, es decir mediante la participación protagónica de todos y de todas.
Llegamos así a una definición de democracia como construcción colectiva de un nuevo sistema de relaciones políticas mediante la participación protagónica de todos los ciudadanos y ciudadanas; definición de la cual se derivan dos principios fundamentales que creemos caracterizan el modelo que se ha puesto en marcha en la Venezuela Bolivariana.
En primer lugar, el hecho de que una democracia se defina como participativa y protagónica presupone ya la imposibilidad de que alguno de sus miembros quede excluido de participar en esa construcción, es decir presupone el principio de la inclusión; con lo cual no sólo no pueden existir condicionamientos discriminatorios de esa participación, sino que tampoco puede imponerse una manera particular de hacerlo. Es decir que cada ciudadano, respetado en su alteridad, participará libremente desde sus propios referentes culturales en la construcción del objetivo común, que es lo que se quiere significar cuando se habla de participación en condiciones de igualdad y con lo cual el resultado que se obtenga será verdaderamente el fruto de la interacción de lo diverso: principio de la interculturalidad.
Inclusión social e interculturalidad se constituyen, así, en presupuestos pero también en garantía de construcción de un modelo auténtico de democracia: la democracia participativa y protagónica. Este concepto, desarrollado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y que modestamente Venezuela ofrece como aporte en esta lucha por la justicia social y por la vida misma, se opone de manera radical al concepto de “democracia” que defiende el neoliberalismo; y ya este sólo hecho marca su sentido emancipador.
Más que un régimen político, la democracia debe ser un modo de organización de la sociedad tal que sea capaz de asegurar las condiciones materiales de reproducción de la vida, la satisfacción efectiva de las necesidades humanas, la posibilidad para todos y todas de desarrollar sus potencialidades personales y colectivas; y donde, además, todos los actos del poder público estén supeditados a la suprema voluntad del pueblo, que es el único y absoluto detentor de soberanía. Se trata, pues, de que no sólo el Estado sea democrático, sino de que también lo sea la sociedad.
De hecho, en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela está plenamente garantizada la participación de los ciudadanos en todos los asuntos públicos, sea de manera directa, semidirecta o indirecta. A nivel práctico, esta participación le permite a todo ciudadano o ciudadana el postularse a cargos por iniciativa propia sin la mediación de los partidos políticos (Art. 67); revocar los mandatos dados pues todos los cargos de elección popular, incluido el de Presidente, son revocables (Art. 71); proponer leyes (Art. 204); aprobar o rechazar en referéndum decretos presidenciales, enmiendas o reformas constitucionales, o decisiones de trascendencia nacional como puede serlo la firma de Tratados o acuerdos que afecten la vida nacional (Art. 341); integrar los Comités de Evaluación de los postulados a cargos del Poder Judicial (Tribunal Supremo de Justicia y Jueces de la República), del Poder Electoral, así como a Fiscal General, Contralor General y Contralores Estatales, y Defensor del Pueblo (Art. 296).
De la misma manera, la nueva Constitución otorga a las comunidades el derecho de control de la gestión pública integrando los Consejos de Planificación y Coordinación de Políticas Públicas, tanto a nivel de los estados, como de los municipios y parroquias (Arts. 166, 182). De estos Consejos, cuando sea el caso, formarán también parte los representantes de las comunidades indígenas.
Asimismo, se estipula la transferencia de servicios en materia de salud, educación, vivienda, deporte, cultura, etc. a las comunidades organizadas; al igual que el derecho a decidir, formular y administrar directamente sus propios proyectos de inversión (Art. 184). Para tales efectos, se ha estipulado que el 20 % del fondo correspondiente al desarrollo económico de cada estado sea manejado directamente por éstas; con lo cual se reafirma la soberanía del pueblo y la autonomía de lo local.
Esta transferencia del poder a las comunidades organizadas ha venido cobrando cada vez mayor fuerza y celeridad, y constituye la experiencia más interesante y radical que está hoy teniendo lugar en Venezuela. Más aún, la consolidación de la autonomía de las comunidades y de su real poder de gobierno ha sido consagrada por la Asamblea Nacional a través de la Ley Orgánica de Consejos Comunales.
De acuerdo a esta ley, por cada cuatrocientas familias corresponde un Consejo Comunal, y sus integrantes, que no son “representantes” sino voceros elegidos por la comunidad en asamblea popular, pueden ser también revocados de su función cuando ésta así lo considere justificado. Dicho Consejo Comunal coordina la organización y la ejecución de los proyectos que la asamblea popular haya considerado prioritarios, y administra los recursos que por ley le son transferidos a la comunidad desde el Presupuesto Nacional. En el ejercicio de la soberanía popular, la asamblea comunitaria elige también a quienes van a administrar el Banco Comunal, o a integrar las mesas técnicas de agua, de electricidad, de vivienda, de cultura, etc., a través de las cuales se trabaja en la solución de problemas específicos de la vida en comunidad.  Varios Consejos comunales pueden asociarse en Comunas y con ello tener acceso a préstamos de envergadura que le permitirán desarrollar proyectos socioproductivos de gran alcance. Vale aquí destacar el papel protagónico que han asumido hoy las comunidades en la solución del problema de la vivienda, al convertirse ellas mismas no sólo en administradoras del recurso financiero sino también en constructoras. El pasado año, las comunidades organizadas ejecutaron el 40% de las viviendas construidas con financiamiento oficial. Y es también la comunidad la que decide quiénes de entre sus integrantes van a ser los primeros beneficiarios de dichas viviendas; así como también decide quienes han de tener derecho prioritario a ser atendidos en las Casas de Alimentación, o a beneficiarse de otras iniciativas planteadas por la comunidad al gobierno nacional o a los gobiernos regionales.

Logros de la revolución bolivariana
No podemos detallar aquí los innumerables modos y proyectos de inclusión y de participación protagónica que se están desarrollando por toda Venezuela, impulsados ciertamente por el gobierno del Presidente Chávez, pero sostenidos y radicalizados por esa extraordinaria fuerza sin la cual nada sería posible que es el pueblo organizado.  Pero sabiendo que estos logros no se verán ni siquiera ligeramente referidos por los monopolios mediáticos que copan los espacios de comunicación en prácticamente el planeta entero, invitamos a buscarlos por cuenta propia en los medios alternativos o a través de las páginas o medios oficiales del gobierno venezolano, pues así como el sol no se puede tapar con un dedo tampoco la verdad podrá ser eternamente ocultada por los medios. Por encima y a pesar de ellos, Venezuela, junto a Bolivia, Ecuador y otros pueblos de Nuestra América seguirán avanzando en términos de inclusión y participación real de los ciudadanos en la transformación radical de sus condiciones de vida, y señalando con su ejemplo la posibilidad real de una alternativa al modelo genocida del capitalismo.
Haber detenido la privatización de las riquezas naturales, de las industrias básicas, de los servicios públicos, de la educación, de la seguridad social y de la salud son hechos reales que cimentan el camino de la definitiva liberación. Reducir en casi 70% la pobreza extrema (20,6 al 7,4%) y la pobreza general (47 % al 20%), así como la tasa de desempleo, cuando lo contrario sacude de indignación al mundo desarrollado; lograr un aumento del 30% en el consumo de las clases populares y desarrollar estrategias de soberanía alimentaria en momentos de crisis alimentaria mundial provocada por el sistema capitalista; cumplir en su casi totalidad las Metas del Milenio con varios años de avance al plazo establecido; incorporar al sistema educativo a más de 4 millones de venezolanos, antes excluidos, mediante un sistema integrado de formación que garantiza la posibilidad de transitar con acompañamiento especializado desde el nivel de alfabetización a la culminación de estudios universitarios; garantizar la cobertura de salud gratuita a más del 80% de la población, incluidos los medicamentos de alto costo para pacientes con cáncer y para el 100 % de pacientes con VIH, nos hablan de una sociedad que transita con pasos firmes hacia otra forma de entender el ejercicio del poder y las propias relaciones de producción y de distribución de las riquezas de todos. La propia composición del presupuesto nacional, que es el factor que realmente define la orientación y la práctica política de un país, confirma este tránsito hacia una sociedad socialista: para el 2012, casi el 60% de ese Presupuesto estará destinado a la inversión social. No creemos que aparte de Cuba, haya ningún otro país que destine tantos recursos al bienestar de su pueblo; todo lo cual ha redundado en una recuperación de la autoestima personal y colectiva de la población y un cada vez mayor grado de conciencia de su dignidad, de sus derechos, y de su protagonismo social.
            En el plano internacional, Venezuela ha pasado en 13 años de ser un país casi desconocido a ser una nación admirada por muchos pueblos por su lucha abierta y decidida contra toda forma de dominación, de colonización y de imperialismo, y por la transformación radical que ha emprendido en aras de la consolidación definitiva de su independencia.
Por otra parte, se han multiplicado y profundizado los acuerdos de cooperación solidaria con países de todos los continentes, privilegiando la relación con los países hermanos de América Latina y el Caribe, así como la relación Sur- Sur. Asimismo, desde esta Venezuela revolucionaria han partido muchas iniciativas que hoy han contribuido a transformar el marco político y económico de América Latina. Junto a Cuba, iniciamos e impulsamos la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) que dio al traste con el plan imperial del ALCA y hoy agrupa a 10 países, constituyéndose en una real alternativa de integración regional, basada en la cooperación solidaria y no en la competencia que el imperio acostumbraba imponer en la región. Igualmente son producto de esta concepción revolucionaria y nuestroamericanista que Venezuela impulsa, la creación de Petrocaribe, Telesur, el Banco del Alba, el Banco del Sur, la idea de la moneda única, Unasur, y la más reciente creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC),  que a nuestro juicio constituye el hecho político y el ejercicio de soberanía más importante ocurrido en Nuestra América en 200 años de vida republicana.
Aun cuando todo esto no es una declaratoria de principios sino una realidad actualmente en construcción en la Venezuela Bolivariana, los monopolios mediáticos se empeñan en crear una realidad paralela en la que en lugar del ejercicio pleno de derechos individuales y colectivos, se recrea una dictadura virtual que viola todo principio democrático y dedica el presupuesto nacional a incrementar el poderío militar. Sin duda tratan de impedir o de revertir el proceso liderado por el Presidente Chávez, quien, junto al pueblo organizado, está haciendo precisamente realidad lo que manda nuestra revolucionaria Constitución, que no es otra cosa que la puesta en práctica de un modelo democrático que al radicalizar la condición de ciudadano a través de su participación en prácticamente todos los niveles de decisión, refuerza el sentido de pertenencia a un conglomerado nacional, fortalece el concepto de Estado-Nación y reafirma el principio de soberanía; lo que a no dudar contradice las tendencias imperiales globalizantes.

La situación actual
Sin duda, un cambio de esta naturaleza no puede ser bien visto por los actores políticos tradicionales, ni comprendido incluso por quienes han estructurado su pensamiento de acuerdo a rígidos esquemas ideológicos, sean de derecha o de izquierda. De allí la feroz resistencia de las clases acomodadas, la acerba oposición de la jerarquía católica, la contumaz descalificación de parte de los viejos partidos, la negativa reacción de la ultraizquierda, la posición beligerante de la cámara empresarial, el continuo y abierto llamado al golpe o al magnicidio por parte del sector más reaccionario, entre los cuales sobresalen precisamente los medios de comunicación privados, en un rol de confrontación que es vergüenza del verdadero periodismo. Rol sobre el cual sería urgente y necesario plantear un serio debate, no sólo en lo que respecta a Venezuela, sino al mundo en su conjunto.
Sabemos que el camino es difícil. De hecho lo ha sido durante cada día de estos 13 años que llevamos recorridos. En este momento tenemos una revolución amenazada abierta y gravemente por el imperio, tanto por constituir una presa muy codiciada dados los ingentes recursos naturales que posee, entre ellos la mayor reserva mundial de petróleo, que ese modelo en crisis requiere para su supervivencia, como por ser considerada una amenaza que debe ser neutralizada a todo costo, dado el potencial emancipador y desalienante de su ejemplo, que avanza en la dirección de un mundo de pueblos soberanos e iguales.
En vista de ello, es necesario dejar bien claro que en Venezuela se vive un proceso revolucionario de grandes transformaciones que ha sido y queremos que siga siendo, un proceso pacífico. No ha habido en la Venezuela bolivariana ni una sola persona encarcelada por pensar diferente (los políticos que están presos lo están por haber asesinado ciudadanos durante el golpe de Estado de 2002, por injurias y lesiones graves a otros ciudadanos, o por hechos de corrupción, lo que es castigado en todos los países del mundo). No ha habido tampoco en estos 13 años ni un solo desaparecido, ni un periódico cerrado o censurado (para desgracia de la SIP), ni un solo periodista detenido, a pesar de que durante las 24 horas del día la mayor parte de estos se dedican a tergiversar los fines de la revolución, a difamar al Presidente, a promover golpes de Estado, a inventar historias absurdas, y mil otras cosas más; como lo puede comprobar cualquiera que visite nuestro país o sintonice alguno de los canales privados a través del sistema de TV por cable.
Contra estas campañas de agresión y contra los designios del imperio, la respuesta no ha sido otra que la de redoblar nuestro esfuerzo para transformar colectivamente ese secular modelo establecido por y para las élites, en un modelo de participación democrática donde con aciertos y errores, avances y retrocesos, vayamos construyendo en colectivo las condiciones para una vida digna y una sociedad plenamente humana; siempre abiertos a la solidaridad con otros pueblos del mundo y en especial a la unidad de la América Latina y el Caribe. Se trata, por otra parte, de una revolución que, como ya dijimos, se está inventando a sí misma, que intenta no copiar modelos, aunque pueda aprender de otras experiencias, y que encuentra su inspiración y guía en la revalorización de la historia de las luchas populares y del pensamiento de quienes iniciaron hace 200 años esta batalla por la libertad; y en particular la encuentra en el pensamiento de Simón Bolívar. Por eso se la llama Revolución Bolivariana.
Por otra parte, resulta altamente simbólico que la conmemoración del Bicentenario de nuestras Independencias ocurra en momentos en que en América Latina se levantan con fuerza millones de brazos decididos a romper también las cadenas de otro imperio que, al igual que la monarquía española, intenta someter el destino de nuestros pueblos a la realización de sus objetivos e intereses hegemónicos. Ambos momentos, el de lo ocurrido hace 200 años y el de los actuales movimientos de liberación, pudieran estar marcando el inicio y el fin de un complejo proceso de  liberación, a lo largo del cual la América del Sur ha ido cincelando su identidad y ensayando formas de resistencia que hoy parecen fructificar en una definitiva voluntad de autodeterminación.
Por todo ello y por la gravedad y radicalidad de las amenazas que hoy se ciernen sobre toda la humanidad, estamos obligados a fortalecer la unión, a radicalizar el compromiso y a acelerar la transición al Socialismo, única manera de que la vida termine por imponerse sobre la muerte. Seamos pues optimistas, sobre todo en este momento en que, como dice el Presidente Chávez, La historia de nuestros pueblos la están escribiendo aquellos que tenían prohibido redactar la historia. Ya la historia no la cuentan los antiguos vencedores.
Artículo publicado de Revista de Filosofía I-2012 Enero-Abril. Nº 70.


[1]Sin embargo, a menos que se quiera crear confusión no podrá caminarse realmente hacia el socialismo si no se plantea una reestructuración radical del marco del control general del capital, no sólo respecto a los mecanismos establecidos sino respecto al metabolismo social heredado en general. Es éste el objetivo fundamental que no puede perderse nunca de vista, ni mucho menos sustituirlo o hacerlo pasar por una simple superación del capitalismo como forma histórica”. MESZÁROS, I., Más allá del Capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 2006, pp. 1083-1084.
[2] Cf. MESZÁROS, István Socialismo o Barbarie, Monte Ávila Editores, Caracas, 2007, p. 25.
[3] A los fines de atender de manera ágil, eficiente y no burocrática los problemas sociales más urgentes, y cancelar la deuda social secularmente acumulada, el Presidente Chávez creó las llamadas Misiones Sociales, que, como su nombre lo indica, se fijan un objetivo estratégico y desarrollan creativamente las acciones destinadas a alcanzarlo. La primera de ellas fue la Misión Robinson, destinada a erradicar el analfabetismo en Venezuela, como de hecho se logró en el año 2005; así como la Misión Barrio Adentro, que desarrolló una Red de Atención Primaria de Salud en todo el territorio nacional. Al presente esta Red cuenta con más de 30 mil Centros de Salud integral, que atiende de manera gratuita al 88% de la población venezolana, desde los casi siete mil módulos de atención primaria que se han creado en los lugares de más difícil acceso y donde nunca antes había existido atención médica, hasta los Centros de Alta Tecnología más especializados. Actualmente existen más de 30 Misiones, cada una de ellas dirigida a resolver un problema específico. 
[4] En 13 años de gobierno bolivariano se pasó de 300 mil pensionados a casi dos millones de pensionados y pensionadas. Se espera incorporar durante el año 2012 otras 500 mil personas.
[5] Al presente, el Estado ha logrado recuperar y entregar a las comunidades campesinas más de 2 millones de hectáreas que formaban parte de grandes latifundios o que estaban improductivas.

sábado, 26 de mayo de 2012

Alternativas epistémicas para las ciencias sociales desde el Sur


Alternativas epistémicas para las ciencias sociales desde el Sur


Álvaro B. Márquez-Fernández
Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos (CESA)
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales
Universidad del Zulia, Venezuela
Apartado Postal: 10.559.
e-mail: amarquezfernandez@gmail.com


RESUMEN 
En esta ponencia se propone la interpretación de cuatro movimientos alternativos para repensar las ciencias sociales desde una episteme liberadora desde el Sur. Se trata, también, además de repensar, por supuesto, de recrear a partir de la filosofía intercultural, el otro logos científico del pensamiento socio-político latinoamericano. Para lograr estos fines, las alternativas se conciben a partir de: i) un proyecto epistémico que de cabida a la investigación compleja y a la formación transdisciplinar de investigadores; ii) un proyecto ético que permita fundar valores de convivencia pública y derechos de paz entre hombre y naturaleza; iii) un proyecto político que permita el desarrollo de estados interculturales a favor de la pluralidad de las identidades ciudadanas; y, finalmente, iv) un proyecto económico que parta de la crítica a la producción tecno-científica del consumo, a la vez que justifica el desarrollo de una economía de bienes necesarios. En este tiempo de crisis de los modelos de la racionalidad cartesiana, es en América Latina donde las praxis alternativas hacen posible descubrir esos orígenes insurgentes de la emancipación frente a la decolonialidad.
Palabras clave: Ciencias sociales, América Latina, epistemología del Sur, Estado

El proyecto epistémico:
Investigación compleja y formación transdisciplinar de investigadores
El agotamiento de los modelos científicos disciplinares de la racionalidad moderna, es un hecho evidente y fáctico. El acceso a las problemáticas que forman parte de la realidad, enfrentan a la investigación en Ciencias Sociales a un sin número de relaciones y coimplicaciones que no pueden dejarse de lado, menos aún, privilegiar una arista de la realidad. Los problemas inmanentes a cada disciplina gestan los procesos internos de sus cambios. Pero se debe atender, también, el contexto que las trasciende y que las reproblematiza, pues los problemas de investigación además de teóricos, son el resultado de la interacción práctica con la realidad por lo que ningún problema de investigación es autónomo en sí mismo, sino implicado por otros. La episteme transdisciplinar emergente1 hace posible el quiebre de las fronteras de la disciplina, pues se abre a un sistema de des-co-rrelacionalidades donde efectivamente tienen sus derroteros la realidad. Precisamente, esta concepción del desarrollo de la sociedad a partir de procesos y dinámicas múltiples y diversos, no lineales, suscita más de una novedosa teoría o interpretación científica acerca de sus transformaciones. En tal sentido, el conocimiento y la investigación en las ciencias sociales debe entenderse, desde el contexto intersubjetivo de la investigación2 y desde una hemenéutica del sentido3.
Nuestra percepción, representación y significación lingüística de la realidad, no es única. Entre estas posibilidades cognitivas para razonar la realidad de la que tomamos conciencia de su existencia, existen otras múltiples formas o manifestaciones a través de las cuales podemos acceder en la construcción de su sentido. Se puede afirmar que nuestro acceso al mundo deviene, precisamente, por nuestro encuentro con el mundo en su diversidad, en su pluralidad. A ese mundo de la physis4 nos podemos referir desde muchos posibles momentos o espacios de encuentro o acceso. Un mundo social, político, ético económico, entre otros, que logramos crear desde la praxis5 y desde la poiésis6 con las que los procesos culturales de los sujetos se afirman a partir de sus referentes históricos.
En cada cultura o episteme la concepción que se tiene con respecto a la realidad del mundo, se da como un resultado multiforme de saberes que provienen desde la tradición y del mito, hasta el conocimiento más objetivado. Pero se trata de valorar en un conjunto de relaciones un sin número de relaciones fácticas y emergentes que forman parte del movimiento dinámico de la episteme en una diversidad de tiempos y espacios. A esa diversidad de estructuras que pueden conformar un sistema de saberes y de conocimientos, en principio disciplinares, es que debe prestar atención la investigación compleja para absorber y desarrollar otras praxis lógicas y dialógicas de la racionalidad. Ello cambia por completo el sentido clásico y moderno de nuestra concepción de ciencia y de conocimiento, en su teoría, método y metodología.7
Hoy día la investigación científica está caracterizada por otros principios y, más aún, la formación en investigación de los investigadores que declara como anacrónica la formación investigativa de acuerdo a modelos hegemónicos de racionalidad. Los cambios que sufre la investigación, en especial, en las llamadas ciencias positivas, representa un quiebre con el paradigma clásico del universalismo y la homogeneidad del conocimiento. El principio de caos e incertidumbre, atenta contra todo tipo de concepción unívoca o totémica de las ciencias. Sólo por señalar, apenas, algo que está planteado en las ciencias de la modernidad y que se discute profundamente porque rebate el principio de objetividad de la realidad, vista como una objetividad monológica. Por consiguiente, el presupuesto o la hipótesis de la objetividad es ambiguo y confuso, pues ninguna clarividencia nos puede confirmar la verdad absoluta de algo que se manifiesta como la “cosa en sí”, es síntoma indiscutible de que nuestra cognición fenoménica de la realidad no puede ser tan reductora del contexto de irregularidades donde se funda la realidad.
Los sistemas dejan se ser cerrados y se transforman en sistemas abiertos y en consecuencia, receptivos a la multiplicidad. Interferidos permanentemente por múltiples factores internos y externos, los sistemas son mudables, cambiantes, irregulares en el tiempo y en el espacio. El investigador no puede conformarse con una mirada lineal de la realidad, sino que debe transversalizar esa realidad y lograr percibir y aprehender parte de la compleja trama de variaciones a las que están expuestos los sujetos y objetos de conocimiento. En relación a la condición subjetiva del sujeto de conocimiento, ya éste no es más un solitario investigador de las ciencias que anhela una ciencia más universal que otras. En relación al conocimiento objeto o a priori, tampoco esta es la condición de dominio para aceptar la legitimidad de las verdades científicas. Hoy día, repetimos, la investigación científica y humanística, se encuentra comprometida con una concepción epistémica del conocimiento mucho más dilata; es decir, una relación con la realidad donde la racionalidad implica una praxis intersubjetiva que haga viable la construcción del mundo por medio de la interacción cognitiva que se crea entre los sujetos que ponen en práctica su intelección y comprensión racional en sentido dialógico y discursivo8.
Desde ese punto de vista accedemos a otra episteme de “razón científica”, donde el espectrun racional está conformado o constituido por una gama de órdenes de significación existencial que generan los posibles sentidos con los cuales aprehender nuestra inserción en las pragmáticas cognitivas del mundo. El cambio es notorio en este momento cuando el paradigma de la intersubjetividad logra emergen en el campo de comprensión de la realidad, sabido que esta es un espacio que se recrea de un modo multívoco. Se hace, entonces, casi inevitable las relaciones de complejidad entre las ciencias hasta perder sus fronteras disciplinares en espacios teóricos, lógicos y metodológicos que requieren los correlatos o complementos de otras epistemes a causa de transformar los modelos hegemónicos de la racionalidad moderna. Las investigaciones transdisciplinares o posdisciplinares, son las que portan esa otra episteme de racionalidades que en su desenvolvimiento dialéctico, holístico, transversal, están en capacidad para producir los cambios sustantivos de nuestra representación del mundo9. A esos cambios, precisamente, se están incorporando otras tradiciones culturales que había quedado excluidos de la racionalidad moderna, al considerarse mitológicas o mágicas10. Otras praxis cognitivas y hermenéutica que, sobre todo, desde América Latina, generan una contrahegemonía a la racionalidad moderna y occidental, al presentarse como otro punto de partida y de llegada, muy opuesto, al de las ciencias eurocéntricas cuyo discurso científico es depredador de la naturaleza e irracional para los seres humanos.

El proyecto ético:
Valores de convivencia pública y derechos de paz entre hombre y naturaleza
Es obvio que la ciencia no puede entenderse solamente como un conocimiento objetivista y neutro. Es decir, el conocimiento del objeto es idéntico o reproduce, al sujeto; y, de alguna manera, eso resulta de un prescindir de los valores axiológicos del sujeto. Este principio de “neutralidad valorativa” que tanto se predicó en las Ciencias Sociales con la finalidad de equipararlas a las ciencias empíricas o empíricas formales, es superado suficientemente por la hermenéutica del sentido que ya hemos señalado.
Las investigaciones de las ciencias sociales, deben responder a un compromiso y comportamiento ético que sirvan para construir valores acerca del bien, en razón de fines compartidos. Los resultados de la investigación científica toda vez que ellos acrecientan las óptimas condiciones de vidas que hagan posible una convivencia de bienestar material, deben estar orientados desde éticas ciudadanas y públicas que favorezcan prácticas de coparticipación en espacios científicos o tecno-científicos, más próximos con valores de libertad, igualdad y equidad.
El respeto a los derechos humanos de otros y de todos, incluido el derecho a la vida de la naturaleza, implica una ética mundial11 que aboga por una conciencia de valores prácticos capaces de garantizar el Bien y la Paz sin exclusiones, represiones o violencias, en un mundo que nos pertenece a todos y todas.
La tradicional escisión entre ética y ciencia, de igual modo, entre ética y política, es una distinción utilitarista a la que nos tiene acostumbrado la cultura científica de la modernidad. Una especie de ética de la abstracción y que en nada compromete los intereses de las ciencias en la forma de obtener sus resultados. Se pretende que los fines de la ciencia y de la política, pueden prescindir de las responsabilidades éticas que se merecen las ciudadanías. En casi todos los aspectos los principios éticos de las ciencias han estado de espaldas a una ética pública que les obliga, reclama y alerta sobre el impacto del conocimiento científico en aras de un mayor beneficio para las ciudadanías del mundo12. Precisamente, este es el problema, debido a que generalmente los resultados de las investigaciones científicas, están mediados en esta sociedad por las tecnologías y los mercados de consumo, por la reproducción del capital y de los beneficios que se pueden obtener de una economía que impone sus valores de uso y de cambio, entre ellos valores de orden ético y de acciones morales que tienden a justificar los excesos de injusticia e inequidad. Hasta hace poco se solía decir que el conocimiento científico estaba al servicio del bien de la humanidad. Ese lei motiv ha cambiado radicalmente, pues hoy se trata de reactivar en su mayor expansión una economía de mercado y de consumo, que acelera vertiginosamente la producción científica sólo en la medida en que ésta logra satisfacer los intereses de los monopolios de la industria del conocimiento científico.
Todo esto termina por desvirtuar el sentido humanista de las ciencias, y el carácter de responsabilidad ética que se debe el conocimiento en su utilización en la sociedad. En ese sentido, los resultados científicos, venidos de cualquiera de las áreas de la investigación de las ciencias, deben serle atribuidos a toda la sociedad que es la receptora natural de los bienes de las ciencias. La realidad es otra, la ciencia, al transformarla en un poder político y en otra economía de mercado, pierde ese thelos de bien común que debe caracterizarla. Sin valores éticos la ciencia pierde su condición de conocimiento liberador o emancipador debido a que ya no es capaz de dotar a la sociedad del conocimiento compartido que les permite democratizar con otras reflexiones analíticas los problemas y los bienes que requiere la sociedad.
Si se concentra el desarrollo del conocimiento científico en las esferas de poder, sobre todo, el político y el económico, los fines de las ciencias se tergiversan ya que son pocos o escasos esos bienes a los que los ciudadanos tienen derecho. Precisamente, se trata de comprender que los proyectos de investigación científica no sólo se deben fundar en una ética de la investigación que implica normar los valores que deben cumplirse para que la ciencia responda a intereses altruistas; sino, también, esos valores de responsabilidad pública donde la investigación debe responder a las soluciones a las diversas problemáticas por las que atraviesa la vida de los seres humanos13. Si se logra optimizar este tipo de interés común por un bien compartido entre todos, entonces, la convivencia entre todos en la esfera de las relaciones de poder y de la vida pública, puede garantizar un bienestar colectivo que efectivamente contribuya a un desarrollo en más correspondencia con el acato y práctica de derechos al “buen vivir” en una sociedad sin exclusiones o marginalidades.
La contribución de las ciencias a un desarrollo humano a esta escala de sostenibilidad de la vida14, implica, obviamente, una correlación entre un conocimiento científico que haga más humanizada las relaciones sociales entre los seres humanos. Al servicio de ese bien en común, repetimos, es que debe orientarse el thelos de la ética pública, generando mayores niveles de justicia y de igualdad en la vida ciudadana. Lamentablemente, la sociedad postindustrial y de consumo, ha generado un dominio de la racionalidad técnica sobre las condiciones de vida de un ser humano que termina explotado por el consumo de la técnica y su alienación. La incidencia de las ciencias en el desarrollo de una economía de consumo y de una reproducción de las relaciones de la plusvalía, más que en otras épocas, son determinantes en la dirección ética de las ciencias con respecto al rol político que éstas juegan en los desarrollos económicos de la sociedad en completo detrimento de relaciones de vida más equilibradas entre los ciudadanos e incluso, con el entorno de la naturaleza.
Las ciencias, en general, están insertas en ese paradigma de la reproducción del capital y de las tecnificaciones de la economía15, lo que hace posible transferir la racionalidad tecnológica e instrumental a las praxis comunicativas y discursivas de la racionalidad política disminuyendo o neutralizando las condiciones de equidad donde deben participar o actuar todos los ciudadanos. Al quedarse excluidas de esta hegemonía de la razón y del conocimiento científico, la mayoría ciudadana pierde fácilmente sus derechos de participación pues pierden su capacidad de cuestionamiento, están absorbidos por el consumo científico del conocimiento. Resulta muy contradictoria esta realidad, pues se trata de afirmar el carácter liberador de las ciencias en un mundo de vida donde esa liberación está en concordancia con el contexto de un habitat que debe ser sostenible en paridad con la Naturaleza. Sin embargo, este es el principal desafío que nos presentan las ciencias hoy día cuando contrastamos entre el bien y el mal con el que ellas se hacen conquistadoras del mundo, por medio de valores que éticamente son contradictorios16.

El proyecto político:
Estados interculturales a favor de la pluralidad de las identidades ciudadanas
El énfasis sobre una concepción antihegemónica del poder de la política17, es una cuestión que pasa por la crítica al uso totalitario, populista, colonial, del poder para gobernar. Las ciencias sociales no son un reservorio teórico de ideas abstractas, sino un cúmulo de praxis que están directamente asociadas a la realidad de la vida de los ciudadanos. Se investiga en sociedad a la sociedad desde puntos de vista opuestos, análogos y contradictorios, en una pluralidad de opiniones y formas de coparticipación. El Estado no es una institucionalidad o constitucionalidad sin referentes pragmáticos a la hora de la comunicación y los comportamientos; es, precisamente, el resultado de esos sistemas interactuando y recreando o ampliando las esferas de la política.
Al respetar la alteridad, a ése que es el otro/a, entonces, se le da contenido a un Estado más intercultural que se encuentra en plena vigencia18. Superar o cancelar las barreras de los nacionalismos como núcleos duros de la política, es un propósito de la investigación social al abrir la sociedad a otras formaciones culturales que la retroalimentan. El derecho de las nuevas ciudadanías que insurgen a causa de estas nuevas relaciones de socialización, viene a transformar por completo el sentido restringido del Estado moderno, pues los derechos públicos hoy día consagran la presencia de nuevos actores que emergen del interior de las sociedades y de otras emigraciones culturales. El proceso de heterogeneidad social es inevitable y su estudio requiere una propuesta intercultural para el desarrollo de la razón política19. Se buscan alternativas para liberar los espacios de opresión que sirven de legitimación al Estado, en su propósito de controlar el orden social. A veces se considera que esos espacios ya están visibilizados por medio de los actores sociales que se identifican en sus roles de clases dirigentes o hegemónicas afín a los proyectos coloniales del Estado. Se apuesta a una democracia de élite o de representación, por parte de quienes están invalidando esas alternativas políticas para la emancipación social.
Son muchas las dudas y dificultades que se presentan a la hora de evaluar a estos Estados y sus democracias de representación social, donde más allá de las libertades políticas que concede, su discurso demagógico sirve de fuente ideológica a una alteridad que se reconoce pero que es solamente receptora de agudos procesos de simbolización comunicativa cuyos efectos hace posible adherir las conductas e intereses que les favorecen. La identificación de la ciudadanía con un solo patrón de conducta oficializado por el Estado nación, restringe sensiblemente el reconocimiento de otras identidades ciudadanas que se forjan al calor de sus ancestrales formas de cultura e historia.
Estas otras maneras posibles de habitar en la política, en cuanto que es el espacio público de reconocimiento del otro, es lo que hace permeable al Estado nación para su transformación intercultural. Se trata de asumir la fuerza de integración a la vez de reintegración societal que portan estas otras identidades ciudadanas en el juego de las relaciones con los poderes políticos que tradicional y formalmente le dan la legitimidad al poder del Estado. Los nuevos escenarios de participación pueden incidir más directamente en los niveles de crisis que presentan los Estados nación para garantizar la hegemonía de sus gobernanzas. El espacio público se ha desterritorializado por la emergencia de movimientos sociales que irrumpen en la estructura de los controles sociales20, desde el más institucional hasta el más mediático. Aquí encontramos otro eje de gran desequilibro en el sistema de poder del Estado nación, pues sistemáticamente se logra con estos movimientos y activismos sociales otro rostro a las representaciones sociales y políticas con las que el Estado buscar lograr la consensualidad a fin de neutralizar la conflictividad.
En otras palabras, la descentralización del poder del Estado responde al desacato o desobediencia para cumplir con las reglas o normas legales que se impone con el propósito de justificar su orden de fuerza a través de la ideología política. Sin embargo, la ruptura de ese orden de consensualidades se hace efectiva porque las alternativas que se producen contra el poder de las políticas hegemónicas del Estado nación, emanan o fluyen a partir de praxis emancipadoras donde la participación de los otros espacios de convivencia social, se derivan de las comunidades excluidas de la formación económica de la sociedad neoliberal. Acá radica la originalidad y lo inédito de la presencia en el escenario del poder político de otras identidades ciudadanas que efectivamente vienen a contribuir en la repolitización del Estado Nación, y en la reconfiguración de los poderes públicos que deben estar al alcance de los derechos de participación de la ciudadanía en general.
El agrupamiento de estas comunidades emergentes21, se va consolidando a favor de otros principios de igualdad y equidad que no responden a los principios formales de la racionalidad científica de las ciencias políticas de la modernidad. En absoluto, otro modo de pensar, sentir y razonar se encuentra implícito en un cosmos de vidas donde la sabiduría de los saberes se tejen desde un estar en comunicación y permanente diálogo con otra comprensión de la vida cuando la vida está enhebrada por las tradiciones más milenarias y de sostenibilidad con el mundo de la producción y recreación. Nada más lejos del análisis ese concepto estereotipado de “interculturalidad” que se asume como suma o dominios de una cultura sobre otra, o síntesis de una que contiene a todas. La propuesta de Estado intercultural22 es mucho más compleja y profunda, puesto que busca insertar en el imaginario político de occidente a otros actores y sujetos de vida con otras concepciones o epistemes de la realidad que hace superable el modelo de racionalidad económica y política que le sirve de thelos al capitalismo neoliberal. Poder legislar sobre la diversidad y la diferencia implicaría un orden normativo que no puede ser autorregulado por un orden de fuerza que proviene sólo desde un poder central que inhibe el uso de la fuerza por quienes se encuentran anulados o excluidos.
La fuerza social del orden político que puede validar la legitimidad aceptada popularmente por el pueblo o las ciudadanías, requiere de una praxis de poderes públicos y colectivos de libre acceso a la totalidad de las ciudadanías. Ese proyecto que en principio pudiera entenderse utópico, es decir, irrealizable en la temporalidad, es completamente viable, en la medida en que se nutre al imaginario políticos de otras simbolizaciones y lenguajes que permiten entender que el uso del poder popular o ciudadano, tiene otros rostros al momento de su ejercicio. Algunos de esos rostros son muy diferentes y contrarios al poder de la racionalidad moderna, que sólo por medio de la opresión es que utiliza la fuerza para conquistar o doblegar. Quizás la fuerza del poder que se cristaliza en el Estado intercultural, deberá responder mucho más al conjunto de fuerzas que en sus correlaciones puede responder al genuino interés en común de todos.
El proyecto económico:
Producción tecnológica y bienes necesarios
El modelo de producción económica responde, cada vez más, al consumo tecnológico y la depredación de la naturaleza23. Estos dos fines se encuentran mucho más en alianza que contrapuestos. El dominio de la técnica sobre la productividad y los ámbitos de la vida social y la naturaleza, se convierte en un fin único de la economía que socava los niveles de equilibrio entre sociedad y productividad, al ponen en peligro la vida en el planeta24. La racionalidad económica del neoliberalismo y su impacto en los ecosistemas de la vida y los bienes necesarios para la satisfacción de la vida, ha penetrado sensiblemente en esos ecosistemas generando una destrucción que a corto plazo ha puesto en crisis la efectividad de este sistema de consumo y de mercado para un desarrollo equilibrado. Nuevas alternativas de producción deben ser planteadas para cubrir las expectativas de vida en el planeta y para ello hay que tomar muy en cuenta otros sistemas productivos menos contaminantes y depredadores del medio ambiente. La excesiva industrialización, la robótica, la cibernética, le ha creado a la sociedad en particular y a la humanidad en general, tremendos problemas que parecieran irresolubles entre la esfera de la economía tecnificada y el “buen vivir” de las ciudadanías25, a quienes se les prometen derechos humanos incumplidos.
Las nuevas ciencias sociales, deben estar a la espectativa de que los cambios de la sociedad se corresponden a los cambios del paradigma de la racionalidad, que éstos proceden de los sujetos y actores que se encuentran insertos en relaciones de intercambios de todo tipo, que deben ser discernidas consciente y reflexivamente, según procesos de análisis críticos e interpretaciones que surgen de las representaciones sociales que se elaboran para lograr captar los múltiples sentidos de la realidad. Atender a esos escenarios de cambios subjetivos y objetivos de la racionalidad hará posible que los conocimientos científicos y humanísticos, entre otros, nos permitan tener un mayor acceso a nuestra comprensión de los mundos de vidas de los que formamos parte.
La crisis del modelo productivo del capitalismo ha dejado de considerar la presencia histórica del hombre como ser un existencial en su coexistencia sostenible con el mundo de la physis. La concepción pragmática del conocimiento ha sido cada vez más funcional y estratégica. Los logros del conocimiento se miden en economías de mercado, en capitales y plusvalía. No se afianza el valor de la ciencia desde el punto de visa de un humanismo crítico, utópico y material, sino desde una concepción mercantil del valor humano como otro valor más de uso y de cambio, dentro de unas relaciones de autodestrucción de las condiciones políticas a los derechos de la vida que deben gozar todos los seres humanos, e incluso de los derechos a la vida de otras especies de vida.
Este tipo de racionalidad que surge con el proyecto de las ciencias de la modernidad, que se basa en el sometimiento del mundo a la hegemonía racional de las lógicas del capital, termina por desconocer que el mundo no sólo es aprehensible por medio de la razón, sino por otras manifestación de saberes culturales que significan la realidad del mundo de un modo mucho más cónsono con ese equilibro subyacente que tiene la vida desde sus interrelaciones, donde nada está desconectado ni se puede desconectar arbitrariamente.
Los sistemas productivos del capitalismo han ignorado este “ley de la naturaleza”, desde todos los puntos de vista. La destrucción o aniquilamiento de algún elemento de correlación de los sistemas mundos de vida, implica, consecuentemente, la desaparición de los equilibrios y variables dinámicas que autogeneran esos sistemas para mantener sus relaciones en el eco sistema de intercambios y reproducción26. La producción científica se aboca a la reproducción tecnológica del mundo de vida y sus realidades. Si bien eso supone o es indicador de evolución o desarrollo científico, esta reproducción artificial del mundo de la vida y de las cosas, contribuye a una disminución o anulación del valor contingente de la realidad, que puede ser suprimido o sustituido por otro, arbitrariamente, según los intereses de la producción científica. Es decir, que el valor de los bienes, que tecnológicamente pueden garantizar las condiciones de vida para hacerlas más satisfacibles para las comunidades y los ciudadanos, quedan supeditados a las demandas u ofertas del mercado de consumo y los indicadores de la producción. Se violentan los equilibrios orgánicos de las transformaciones de las condiciones de vida de la naturaleza y el orden material de la existencia humana.
Esta devaluación antropológica de los derechos a la vida necesaria y satisfecha, terminan por hacer desaparecer consideraciones ética o morales sobre las prácticas productivas de las tecnociencias y sus relaciones económicas con la política. Se habla, por consiguiente, que la ciencia de algún modo es “ciega” frente a los desafíos e impactos que genera en el bienestar social y ciudadano, pues no se plantea la conflictividad que suscita su indiscriminado desarrollo dentro de la escala civilizatoria de la humanidad. Por lo tanto, nadie puede contradecir u oponerse al desarrollo tecnológico de las ciencias pues ello es sinónimo de evolución en un grado donde el éxito de la razón técnica se encuentra estimable por encima de cualquier otro valor humano.
Lo que se ha definido como “Epistemologías del Sur”27, son formas de racionalidad ancestrales que culturalmente han sabido respetar y resguardar los ecosistemas de vida desde su origen hasta su final. Procesos de reproducción y de apropiación de los elementos naturales y de la organización política y comunal de esos elementos por medio de saberes populares compartidos, que implican una ética del colectivo social donde todos asumen el respecto comunal a la alteridad, siendo que es en la alteridad donde la existencia efectivamente se manifiesta y coloca su acento en la realidad sostenible por medio de la voluntad práctica, de colaboración y participación, donde el derecho a la vida se garantiza en la medida que todos se encuentran incluidos en el ejercicio de esos derechos.
La urgencia por revertir desde las ciencias sociales latinoamericanas, desde la teoría y la praxis, desde el pensamiento complejo y decolonial, las racionalidades instrumentales y sus lógicas de la objetivación y deshumanización, es el proyecto emancipador que reclaman las cultura milenarias y originales que hoy día se enfrentan desde la autonomía de sus historias al poder de una razón que ya forma parte de la decadencia de Occidente28. No se trata de un mero retorno a la Naturaleza, sino de un reencuentro entre este presente que ha querido anular y exterminar nuestra relación cultural con formas de vida que acontecen en otros tiempos y espacios históricos, que hacen posible crear las alternativas al fin de la historia del neoliberalismo.
1 DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2003). Um Discurso sobre as Ciências. Afrontamento, Porto. DE SOUSA, SANTOS Boaventura: (1989). Introdução a uma Ciência Pós-Moderna. Afrontamento, Porto.
2 MÁRQUEZ-FERNANDEZ, Álvaro (2007). “Pensar la complejidad desde la praxis cognoscente de la racionalidad intersubjetiva”, Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 12, nº. 38 (Septiembre-Diciembre), CESA, Universidad del Zulia, Maracaibo. NAJMANOVICH, Denises (2001). “Pensar la subjetividad. Complejidad, vínculos y emergencias”, Utopía y Praxis Latinoamericana. Año.6. nº.14, Julio-Septiembre,CESA, Universidad del Zulia-Venezuela.
3 SÁNCHEZ CAPDEQUI, CELSO (1999). Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura. Tecnos, Universidad Pública de Navarra, España.
4 MORIN, Edgar (2006). El Método: 1 La naturaleza de la naturaleza. Cátedra, Madrid.
5 GONZÁLEZ, Antonio (1997). Estructura de la praxis. Trotta, Madrid.
6 NICOL, Eduardo (1978). La primera teoría de la praxis. UNAM, México.
7 LEITE GARCIA, Regina (Coord) (2003). Método, métodos, contramétodo. Cortez, Sao Paulo, Brasil.
8 DÍAZ MONTIEL, Zulay C (2008). Racionalidad comunicativa como episteme crítica y justicia emancipadora como praxis sociopolítica. Tesis doctoral. Facultad de Humanidades y Educación. Doctorado en Ciencias Humanas. Universidad del Zulia. Maracaibo, p, 124.
9 SOTOLONGO C, Pedro Luis & DELGADO D, Carlos Jesús (2006). La revolución contemporánea del saber y la complejidad social. CLACSO, Buenos Aires.
10QUINTERO WEIR, José Ángel (2011). “Wopukarü jatumi wataawai: El camino hacia nuestro propio saber. Reflexiones para la construcción autónoma de la educación indígena”. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 16, nº. 54, Julio-Septiembre, (CESA), Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela.

11 KÚNG, Hans (2011). “Ética mundial y derecho mundial. Reflexiones filosóficas”. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 16. nº. 52. Enero-Marzo, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela

12 CORTINA, Adela (1999).Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Alianza, Madrid, España.
13 GÓMEZ-MULLER, Alfredo (1999). Éthique, coexistence et sens. Desclée de Brouwer, París.
14 REIGOTA, Marcos; HELIODORA, Bárbara & Do PRADO; Soares (Org,) 2008). Educaçao ambiental: utopia e praxis. Cortez, São Paulo, Brasil.
15 LANDER , E (1994). La ciencia y la tecnología como asuntos políticos. Límites de la democracia en la sociedad tecnológica. Nueva Sociedad, Caracas.
16 OLIVE, León (2000). El Bien, el may y la razón. Facetas de la ciencia y de la tecnología. Paidós, UNAM, Buenos Aires.
17MÁRQUEZ-FERNÁNDEZ, Álvaro (2011). “La crisis hegemónica: revolucionar la política a través de los poderes populares”. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 16. nº. 53. Abril-Junio, 2011. (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela.
18DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2007). Renovar a teoria crítica e reinventar a emancipação social. Boitempo, São Paulo, Brasil.
19 FORNET-BETANCOURT, Raúl (2009). “Tareas y propuestas de la filosofía intercultural”. CONCORDIA,Internacionale zeitschrift für philosophie, Reihe Monographien, Band 49. Aachen. FORNET-BETANCOURT, Raúl (2004). Interculturalidade: críticas, diálogo e perspectivas. Ed. Nova Harmonia, S. Leopoldo, Brasil.
20 SALAZAR, Robinson & et al (2006). Paradigmas emancipatorios y movimiento sociales en América Latina. Elalep.con, Argentina.
21 HIDALGO, Francisco (2009). ENCRUCIJADA: Procesos políticos y movimientos sociales en Ecuador. CETRI, Bélgica; CINDES, Ecuador.
22 DE SOUSA SANTOS, Boaventura (2002). “Hacia una concepción multicultural de los derechos humanos”, El otro derecho. nº. 28, Julio, ILSA, Bogota. Colombia.
23 LANDER , E (1994). La ciencia y la tecnología como asuntos políticos. Límites de la democracia en la sociedad tecnológica. Nueva Sociedad, Caracas.
24 BOFF, Leonardo (2000). La dignidad de la Tierra. Trotta, Madrid. BOFF, Leonardo (1996). Ecología: Grito de la Tierra. Grito de los Pobres. Trotta, Madrid.
25LARREA MALDONADO, Ana María (2011): “El Buen Vivir como contrahegemonía en la Constitución Ecuatoriana”; Eduardo GUDYNAS, Eduardo &; ACOSTA, Alberto: “El buen vivir o la disolución de la idea de progreso”; HIDALFO FLOR, Francisco (2011): “Buen vivir, Sumak Kawsay: Aporte contrahegemónico del proceso”, Utopía y Praxis Latinoamericana, Año: 16. nº. 53. Abril-Junio, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela.
26 MORIN, Edgar (2006). El método. 3. El conocimiento del conocimiento. Cátedra, Madrid.
27 DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2006). Una Epistemología del Sur. La reinvención del Conocimiento y la Emancipación Social. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, CLACSO, 2009. DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2011). “Epistemologías del Sur”, Utopia y Praxis Latinoamericana. Año:16, nº. 54, Julio-Septiembre, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela.
28 DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2010). Para descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal. CLACSO y Prometeo Libros, Buenos Aires. DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Ediciones Trilce. Montevideo.
Artículo publicado en: Revista de Filosofía. I-2012 Enero-abril. N° 70. pp. 83-97