sábado, 31 de diciembre de 2011

Hacia la superación de la hegemonía del pensamiento occidental y la globalización.



Johan Méndez Reyes
Lino Morán Beltrán

Lo que se hace pasar por universalismo occidental de la Ilustración y de los derechos humanos no es otra cosa que la opinión –doxa- de “hombres blancos, muertos o viejos”, que oprimen los derechos de las distintas etnias, religiones, culturas, mientras imponen de manera absoluta su ideología y visión de mundo.    
Es innegable el hecho de que la cultura occidental –surgida a partir de la modernidad-  expresada en su religión, su política, su economía y su ciencia, ha pretendido, y casi siempre ejercido, un papel hegemónico con relación a otros saberes y culturas. Esta práctica hegemonizante se inicia con el período de colonización durante el siglo XVI[1], se consolida con el neocolonialismo de finales del  siglo XIX y se agudiza ahora con la globalización neoliberal[2].
El proceso de universalización de la cultura occidental en su fase neoliberal ha despertado innumerables brotes de resistencias liberadoras y emancipadoras que expresan, en resumen, la urgente necesidad de volver la mirada sobre culturas y saberes no occidentales que permitan a la humanidad trascender el ideal moderno de racionalidad, a fin de encontrar solución a los problemas generados por esta práctica opresora que ha puesto al borde de un abismo la vida. [3]
Es apremiante la tarea de establecer un diálogo profundo entre saberes y culturas, lo cual implica el reconocimiento del otro en su mismidad y diversidad como sujeto capaz de irrumpir con sus verbos en la comprensión de la extensa complejidad que caracteriza la realidad. Se hace necesario un nuevo saber.[4]
La racionalidad moderna occidental tiene su fundamento en la certeza de que el conocimiento científico es el único que proporciona la verdad, de que el hombre ejerce control y dominio sobre la naturaleza, todo con el fin de procurar el bienestar humano. En este sentido, el logos occidental expresado en su ciencia constituye el centro de la cultura y la civilización por antonomasia, y al hombre –por supuesto también occidental- en el amo y señor de lo existente, lo que ha servido de justificación de las políticas depredadoras de la naturaleza.  
Para Edgar Morin, la ciencia occidental, si bien es cierto que proporcionó valiosos conocimientos que ampliaron el saber humano e introdujo innovaciones importantísimas en el campo de la tecnología  haciendo posible un hombre con poder superior para transformar la naturaleza y su vida social, hoy se enfrenta a sus propios límites extremos, dado que, producto de ella es posible la desaparición física de la vida sobre el planeta. Valga solo mencionar el armamentismo nuclear, la extinción de especies, el hambre, el calentamiento atmosférico, entre otros. Situaciones que, a pesar de encontrar justificación en la pluma de los teóricos pro-occidentales que observan en estos fenómenos el curso natural de la evolución, para Morin son productos de un saber que: 
Parcela y tabica los conocimientos[5]; tiende a ignorar los contextos; le hace un black-out a las complejidades; no ve más que la unidad o la diversidad, pero no la unidad de la diversidad y la diversidad en la unidad; no ve más que lo inmediato, olvida el pasado, no ve más un futuro a corto plazo; ignora la relación recursiva pasado/presente/futuro; pierde lo esencial por lo urgente, y olvida la urgencia de lo esencial; privilegia lo cuantificable y elimina lo que el cálculo ignora (la vida, la emoción, la pasión, la desgracia, la felicidad); extiende la lógica determinista y mecanicista de la máquina artificial a la vida social; elimina lo que se escapa a una racionalidad cerrada; rechaza ambigüedades y contradicciones como errores de pensamiento; es ciega para con el sujeto individual y la conciencia, lo que atrofia el conocimiento e ignora la moral; obedece al paradigma de simplificación que impone el principio de disyunción o/y el principio de reducción para conocer, e impide de concebir los vínculos de un conocimiento con su contexto y con el conjunto del que forma parte[6]; mutila la comprensión y dificulta los diagnósticos, excluye la comprensión humana.[7]


            Se observa en esa caracterización de Morin, cómo la ciencia occidental ignora que ésta supone un espíritu cognoscente, cuyas posibilidades y límites son el cerebro humano, y cuyo soporte lógico, lingüístico, informacional procede de una cultura que invade todo durante el proceso de indagación o producción de conocimiento. Según el parecer de este autor, la ciencia moderna había logrado neutralizar este problema. El observador funge como un fotógrafo, fuera del campo donde se produce el conocimiento, lo cual mutila su espíritu. Bajo el signo de la objetividad, se aprehenden objetos que parecen autónomos en su entorno, exteriores al entendimiento, dotados de una realidad propia, y sometidos a leyes objetivamente universales. En esta visión, el objeto existe de manera positiva, sin que el observador o sujeto participe en su construcción con las estructuras de su entendimiento y las categorías de su cultura. El objeto tiene plenitud ontológica, es pues una entidad cerrada y distinta que se define aisladamente en su existencia, sus caracteres y propiedades, independientemente de su entorno. Se entiende más en la medida que más distancia se tome de él.
             Similares característica le atribuye a la ciencia occidental Carlos Delgado. Para él, el reinado de la ciencia se transformó en reinado de la ciencia experimental, su soberanía ilimitada basada en la razón con el tiempo cedió lugar a una nueva soberanía, también ilimitada, pero ahora basada en si misma. A ello contribuyeron Descartes y Leibniz en un principio pero fueron Kepler; Galileo y Newton quienes atribuyeron soberanía absoluta a la razón. Esta ciencia moderna, se fundamentó -al parecer de Delgado- en:
La independencia, hegemonía, y supremacía de la ciencia con respecto a otras formas de obtención de conocimiento; establecieron las categorías sujeto y objeto del conocimiento como entidades separadas y autónomas; concibieron la investigación como descubrimiento por el sujeto de las propiedades del mundo, ocultas como esencias, pero existentes al margen del sujeto objetivamente; el método, su existencia previa a la investigación y su escrupulosidad, fue concebido como garante de la confiabilidad de los resultados cognoscitivos; se definió la objetividad como exclusión de cualquier interferencia del sujeto en el descubrimiento y la descripción de los problemas del mundo; se estableció con claridad la doble finalidad de la producción de conocimientos científicos: alcanzar el dominio del hombre sobre la naturaleza para proveer a la humanidad de bienestar.[8]


            Sobre la base de estos ideales se fundamentó la razón científica y práctica que devino dominante desde el siglo XVII hasta el XIX, la cual extendió su influencia hegemónica durante el siglo XX hasta nuestros días. Para Delgado, el método al convertirse en el mecanismo principal para acceder al conocimiento reduce toda ciencia a la rigurosa aplicación de los pasos que este contempla. Estos postulados de la ciencia occidental han sido también ratificados por Sotolongo, quien los esboza de la siguiente manera:
La idea de la inmutabilidad y pasividad de la naturaleza. Ella es objeto de indagación; la comprensión de los átomos como partículas ultimas –ladrillos de universo- indivisibles e inmutables de las que todo está hecho; la evidencia mecánica entendida como criterio para conocer el mundo (...el cual) puede ser explicado a partir de  leyes simples, que durante tiempo bastante prolongado se identificaron con las formuladas por la física, específicamente la mecánica; la suposición de que el mundo es “dado”. La idea de que el mundo existe en forma acabada, tal como lo vemos en la naturaleza y lo conocemos en la investigación con la ayuda de nuestra sensorialidad y racionalidad.[9]  

De allí que se insista en la necesidad de luchar contra la deificación de la razón, que es sin embargo, el único instrumento fiable de conocimiento. Lo que implica asumir una postura crítica al respecto desde la racionalidad, entendida esta como el dialogo incesante, entre nuestro espíritu, que crea las estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con ese mundo real. La racionalidad, afirma Morin, no tiene jamás la pretensión de englobar la totalidad de lo real dentro de un sistema lógico, pero tiene la voluntad de dialogar con aquello que lo resiste.[10]
Se busca finalmente superar críticamente la independencia, hegemonía y supremacía de la ciencia con respecto a otras formas de obtención de conocimientos; el establecimiento de las categorías sujeto y objeto del conocimiento como entidades separadas y autónomas; la concepción de la investigación como descubrimiento por el sujeto de las propiedades del mundo, –ocultas como esencias–, pero existentes al margen del sujeto, objetivamente; y la concepción del método, como garante de la confiabilidad de los resultados cognoscitivos. Todo esto supone un cambio en el mundo de nuestros conceptos, y cuestionar los conceptos maestros con los cuales pensamos y aprisionamos el mundo.[11]
Ahora bien, producto de la cultura occidental, esta manera de conocer aspira igualmente a la validez universal, negándole a otros saberes importancia y validez. Es pues una ciencia hegemónica, como hegemónico pretende ser occidente desde sus postulados culturales, económicos y políticos. Sobre esta epistemología pesa un tremendo determinismo. Nos impone –dice Morin– qué hay que conocer, cómo hay que conocerlo, lo que hay que conocer. Manda, prohíbe, traza las rutas, establece balizas, alza las alambradas de espinas y nos conduce allí donde debemos ir.[12] Todo esto impone una visión del mundo y de las cosas, dado que este conocimiento controla, de forma imperativa y prohibitiva, la lógica de los discursos, pensamientos y teorías. Además, se trata de una ciencia al servicio de los más altos intereses políticos, económicos y culturales de occidente. Es una ciencia que contribuye a que desde la infancia estemos culturalmente hipnotizados. De este modo, vemos como un complejo de determinaciones socio–culturales se concentra para imponer la evidencia, la certidumbre, la prueba de la verdad de aquello que obedece al imprinting y a la norma.[13] Es una verdad que de manera absoluta se impone, casi alucinatoria, y todo lo que la conteste deviene repugnante, indignante, innoble. Es así como, por ejemplo, saberes ancestrales de nuestros pueblos indígenas, que han servido de cimientos para resistir a los embates de la cultura occidental y para mantener relaciones armónicas con la naturaleza se califican de bárbaros, salvajes o incivilizados por no obedecer las pautas con las que se rige el conocimiento occidental moderno.
Ciertamente muchos saberes han sucumbido ante la hegemonía de la epistemología moderna, pero hoy cuando nos enfrentamos a la real posibilidad de que la vida desaparezca sobre el planeta, se plantea una valoración de los aportes que desde otras perspectivas conocedoras engendran vida y no destrucción.
Es un gran reto el que ahora se le plantea a la sociología del conocimiento. Ella no sólo debe detectar los constreñimientos sociales, culturales, históricos que inmovilizan y aprisionan el conocimiento. También debe tomar en cuenta las condiciones que la movilizan o la liberan. Es decir, debe ser capaz de desentrañar las potencialidades sociales, históricas y culturales de pueblos diversos a occidente que tienen autonomía de pensamiento y posibilidades de objetividad, de innovación y de evolución en el dominio del conocimiento, y de procurar una exigente evaluación de los postulados fundamentales desde los cuales el mismo occidente ha venido aprehendiendo la realidad. Se trata a la vez de un reconocimiento de otros saberes existentes en otras culturas y de la reformulación de la epistemología occidental.
La globalización, a todas luces, es el gran proyecto del neoliberalismo, que se difunde interesadamente en la apología del mercado capitalista, cuya praxis histórica es el dominio, sometimiento y neocolonialismo, bajo la lógica del mercado y la occidentalización, de las diversas culturas del planeta tierra. La intención de implementar un pensamiento único, homogéneo, universal y totalizante  trae como consecuencia la  muerte de la diversidad de pensamiento, cultura, religiones, manifestaciones artísticas, entre otras, que ponen en tela de juicio la vida en el planeta tierra.
Lo que necesitamos es una responsabilidad ética por un mundo global, amenazado por la estrategia de acumulación de capital llamada globalización. Hay que proteger un mundo global del ataque mortal de parte de los globalizadores, que hoy en día son los “nuevos” colonizadores. De esta responsabilidad resultan las posibles alternativas.



[1] Cfr. DUSSEL, Enrique (2007)  Política de la liberación: historia mundial y crítica. Editorial Trotta. Madrid: El yo conquisto al indio americano será el antecedente práctico-político, un siglo antes, del yo pienso -teórico-ontológico- cartesiano. Por ello, la historia empírica de la conquista del Caribe, el nacimiento del mestizo y la esclavitud del afro-americano es el origen mismo de la Modernidad en cuanto tal, de la experiencia ontológica desde donde se entiende la nueva filosofía europea. La apertura de Europa a todo el Planeta -como un globo verdadero- en expresión Carl Schmitt, se produjo por el despliegue de un  mundo colonial (durante más de un siglo decisivo, sólo latinoamericano). Por diversas razones de tipo biológico (enfermedades), estratégico  (tipos de armas, uso de naves, movimientos sobre el terreno de los cuerpos militares, comprensión de la guerra en cuanto tal, conocimiento del territorio, etc.) y cultural (comprensión libre de la estrategia militar ante comprensión exclusivamente simbólica de la acción guerrero-ritual) el europeo venció fácilmente desde un punto de vista militar a los amerindios. Este triunfo le dio al conquistador moderno uno dominación económica y política absoluta, que fue usada de manera despiadada, sin ningún tipo de humanidad, para organizar las estructuras de la dominación –hasta el presente- durante cinco siglos– del mundo colonial y postcolonial. Le permitió igualmente tener pretensión de superioridad que nunca antes había experimentado ante el mundo árabe, indostánico o chino, más desarrollado.
La aparición del Otro, como un fantasma, del indígena semidesnudo que Colon vio sobre las playas de las primeras islas tropicales del Atlántico occidental descubiertas en octubre de 1492 fue rápidamente encubierta bajo la máscara de los Otros que los europeos portaban en su imaginario. En realidad no vieron al indio: imaginaron los Otros que portaban en sus recuerdos europeos. El Otro era interpretado desde el mundo europeo; era una invención de Europa. Ese indio fue visto como la alteridad de europea, como el infiel que durante mil años había luchado contra el cristiano en el mediterráneo. Por ello fue violentamente atacado, desarmado, servilmente dominado y rápidamente diezmado...La violencia fue brutal; la civilización amerindia tuvo conciencia de haber caído en una hecatombe final –era el final de los tiempos, del Quinto Sol; era el tlatzompam azteca, el pachacuti de los incas- el paso a otra época. p. 193-194
[2] Cfr. REBELLATO, José L. (2000) “Globalización neoliberal, ética de la liberación y construcción de la esperanza” en Filosofía latinoamericana, globalización y democracia. UNIVERSUR: El proceso de globalización nos enfrenta a una contradicción fundamental: me refiero a la contradicción entre el capital y la vida. ..El modelo de desarrollo propuesto y construido desde la perspectiva neoliberal supone destrucción y exclusión de vidas humanas. así como destrucción de la naturaleza. Se trata de un modelo que se conjuga con una concepción del progreso entendido en forma lineal y acumulativa, (el cual) supone que el crecimiento en las fuerzas tecnológicas corre paralelo con el crecimiento moral de la humanidad y que la utilización de los recursos naturales no tiene límites. p.13-14.
[3] Cfr. VALDES, Gilberto (2008): Movimientos antisistémicos y gobiernos populares en América Latina: nuevos desafíos. El actual escenario en América Latina tiene como novedad la quiebra relativa del hegemonismo imperialista norteamericano, marcada con el medio siglo de permanencia y renovación de la Revolución Cubana,  el rechazo regional al ALCA, la lucha contra los TLCs y las políticas de los nuevos gobiernos populares integrantes del ALBA (Venezuela, Bolivia, Nicaragua). A ello se une el ascenso en Ecuador de Rafael Correa, las posiciones latinoamericanistas de diverso grado e incidencia geopolítica de los gobiernos integrantes del “giro a la izquierda” en el Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay)[3], las movilizaciones post fraude electoral y en contra de la privatización del petróleo en México, la sublevación antidictatorial oaxaqueña y el proceso de La Otra Campaña, el avance del MST como paradigma de madurez política y social entre los movimientos sociales populares del hemisferio, el auge de las protestas colectivas en países que mantienen Acuerdos de Libre Comercio con Estados Unidos como Perú y Chile, la lucha del pueblo de Costa Rica contra el TLC, el triunfo de Fernando Lugo en Paraguay y todo el mapa de las resistencias de los excluidos, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los afrodescendientes y trabajadores en general en la región.
[4] Delgado, Carlos (2007) Hacia un Nuevo Saber. Publicaciones Acuarios. La Habana.   
[5] Esta idea ha sido expuesta en el Discurso del Método de Descartes, (Ed. ORBIS. Barcelona. 1983. p. 59)  cuando afirma en su segundo principio lo siguiente: “Dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como fuera posible y necesarios para mejor resolverlo” lo cual conlleva potencialmente implícito el principio de separación. Desde la perspectiva de Morin el pensamiento que aísla y separa tiene que ser reemplazado por el pensamiento que distingue y une.  El pensamiento disyuntivo y reductor  debe ser reemplazado por un pensamiento complejo en el sentido original del término complexus: lo que esta tejido bien junto. Cfr. MORIN, E. (1999) La Cabeza bien puesta. Nueva visión. Buenos Aires.  
[6]  Este planteamiento fue formulado por Descartes en el tercer principio de Discurso del Método cuando sentenció: “conducir por orden mis pensamientos, comenzados por los objetos más simples y más fácil desconocer para subir poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos...” Ed. ORBIS. Barcelona. 1983. p. 60.   
[7]  MORÍN, Edgar (2006) El Método, La ética. Ediciones Cátedra, Madrid. p. 69
[8] DELGADO, Carlos. Ob. Cit.  p. 39
[9] SOTOLONGO, Pedro. (2006)  La revolución contemporánea del saber  y la complejidad social. CLACSO. Buenos Aires. p. 37
[10] MORIN, Edgar (2004) Introducción al pensamiento complejo, Editorial Gedisa, México, p. 102.
[11] MORIN, Edgar (1999) El Método, La naturaleza de la naturaleza, Ediciones Cátedra, Madrid, p. 88
[12] MORÍN, Edgar (2001) El Método, Las Ideas, Ediciones Cátedra, Madrid , p. 27
[13]  Ibídem. p. 31

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