sábado, 26 de mayo de 2012

Alternativas epistémicas para las ciencias sociales desde el Sur


Alternativas epistémicas para las ciencias sociales desde el Sur


Álvaro B. Márquez-Fernández
Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos (CESA)
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales
Universidad del Zulia, Venezuela
Apartado Postal: 10.559.
e-mail: amarquezfernandez@gmail.com


RESUMEN 
En esta ponencia se propone la interpretación de cuatro movimientos alternativos para repensar las ciencias sociales desde una episteme liberadora desde el Sur. Se trata, también, además de repensar, por supuesto, de recrear a partir de la filosofía intercultural, el otro logos científico del pensamiento socio-político latinoamericano. Para lograr estos fines, las alternativas se conciben a partir de: i) un proyecto epistémico que de cabida a la investigación compleja y a la formación transdisciplinar de investigadores; ii) un proyecto ético que permita fundar valores de convivencia pública y derechos de paz entre hombre y naturaleza; iii) un proyecto político que permita el desarrollo de estados interculturales a favor de la pluralidad de las identidades ciudadanas; y, finalmente, iv) un proyecto económico que parta de la crítica a la producción tecno-científica del consumo, a la vez que justifica el desarrollo de una economía de bienes necesarios. En este tiempo de crisis de los modelos de la racionalidad cartesiana, es en América Latina donde las praxis alternativas hacen posible descubrir esos orígenes insurgentes de la emancipación frente a la decolonialidad.
Palabras clave: Ciencias sociales, América Latina, epistemología del Sur, Estado

El proyecto epistémico:
Investigación compleja y formación transdisciplinar de investigadores
El agotamiento de los modelos científicos disciplinares de la racionalidad moderna, es un hecho evidente y fáctico. El acceso a las problemáticas que forman parte de la realidad, enfrentan a la investigación en Ciencias Sociales a un sin número de relaciones y coimplicaciones que no pueden dejarse de lado, menos aún, privilegiar una arista de la realidad. Los problemas inmanentes a cada disciplina gestan los procesos internos de sus cambios. Pero se debe atender, también, el contexto que las trasciende y que las reproblematiza, pues los problemas de investigación además de teóricos, son el resultado de la interacción práctica con la realidad por lo que ningún problema de investigación es autónomo en sí mismo, sino implicado por otros. La episteme transdisciplinar emergente1 hace posible el quiebre de las fronteras de la disciplina, pues se abre a un sistema de des-co-rrelacionalidades donde efectivamente tienen sus derroteros la realidad. Precisamente, esta concepción del desarrollo de la sociedad a partir de procesos y dinámicas múltiples y diversos, no lineales, suscita más de una novedosa teoría o interpretación científica acerca de sus transformaciones. En tal sentido, el conocimiento y la investigación en las ciencias sociales debe entenderse, desde el contexto intersubjetivo de la investigación2 y desde una hemenéutica del sentido3.
Nuestra percepción, representación y significación lingüística de la realidad, no es única. Entre estas posibilidades cognitivas para razonar la realidad de la que tomamos conciencia de su existencia, existen otras múltiples formas o manifestaciones a través de las cuales podemos acceder en la construcción de su sentido. Se puede afirmar que nuestro acceso al mundo deviene, precisamente, por nuestro encuentro con el mundo en su diversidad, en su pluralidad. A ese mundo de la physis4 nos podemos referir desde muchos posibles momentos o espacios de encuentro o acceso. Un mundo social, político, ético económico, entre otros, que logramos crear desde la praxis5 y desde la poiésis6 con las que los procesos culturales de los sujetos se afirman a partir de sus referentes históricos.
En cada cultura o episteme la concepción que se tiene con respecto a la realidad del mundo, se da como un resultado multiforme de saberes que provienen desde la tradición y del mito, hasta el conocimiento más objetivado. Pero se trata de valorar en un conjunto de relaciones un sin número de relaciones fácticas y emergentes que forman parte del movimiento dinámico de la episteme en una diversidad de tiempos y espacios. A esa diversidad de estructuras que pueden conformar un sistema de saberes y de conocimientos, en principio disciplinares, es que debe prestar atención la investigación compleja para absorber y desarrollar otras praxis lógicas y dialógicas de la racionalidad. Ello cambia por completo el sentido clásico y moderno de nuestra concepción de ciencia y de conocimiento, en su teoría, método y metodología.7
Hoy día la investigación científica está caracterizada por otros principios y, más aún, la formación en investigación de los investigadores que declara como anacrónica la formación investigativa de acuerdo a modelos hegemónicos de racionalidad. Los cambios que sufre la investigación, en especial, en las llamadas ciencias positivas, representa un quiebre con el paradigma clásico del universalismo y la homogeneidad del conocimiento. El principio de caos e incertidumbre, atenta contra todo tipo de concepción unívoca o totémica de las ciencias. Sólo por señalar, apenas, algo que está planteado en las ciencias de la modernidad y que se discute profundamente porque rebate el principio de objetividad de la realidad, vista como una objetividad monológica. Por consiguiente, el presupuesto o la hipótesis de la objetividad es ambiguo y confuso, pues ninguna clarividencia nos puede confirmar la verdad absoluta de algo que se manifiesta como la “cosa en sí”, es síntoma indiscutible de que nuestra cognición fenoménica de la realidad no puede ser tan reductora del contexto de irregularidades donde se funda la realidad.
Los sistemas dejan se ser cerrados y se transforman en sistemas abiertos y en consecuencia, receptivos a la multiplicidad. Interferidos permanentemente por múltiples factores internos y externos, los sistemas son mudables, cambiantes, irregulares en el tiempo y en el espacio. El investigador no puede conformarse con una mirada lineal de la realidad, sino que debe transversalizar esa realidad y lograr percibir y aprehender parte de la compleja trama de variaciones a las que están expuestos los sujetos y objetos de conocimiento. En relación a la condición subjetiva del sujeto de conocimiento, ya éste no es más un solitario investigador de las ciencias que anhela una ciencia más universal que otras. En relación al conocimiento objeto o a priori, tampoco esta es la condición de dominio para aceptar la legitimidad de las verdades científicas. Hoy día, repetimos, la investigación científica y humanística, se encuentra comprometida con una concepción epistémica del conocimiento mucho más dilata; es decir, una relación con la realidad donde la racionalidad implica una praxis intersubjetiva que haga viable la construcción del mundo por medio de la interacción cognitiva que se crea entre los sujetos que ponen en práctica su intelección y comprensión racional en sentido dialógico y discursivo8.
Desde ese punto de vista accedemos a otra episteme de “razón científica”, donde el espectrun racional está conformado o constituido por una gama de órdenes de significación existencial que generan los posibles sentidos con los cuales aprehender nuestra inserción en las pragmáticas cognitivas del mundo. El cambio es notorio en este momento cuando el paradigma de la intersubjetividad logra emergen en el campo de comprensión de la realidad, sabido que esta es un espacio que se recrea de un modo multívoco. Se hace, entonces, casi inevitable las relaciones de complejidad entre las ciencias hasta perder sus fronteras disciplinares en espacios teóricos, lógicos y metodológicos que requieren los correlatos o complementos de otras epistemes a causa de transformar los modelos hegemónicos de la racionalidad moderna. Las investigaciones transdisciplinares o posdisciplinares, son las que portan esa otra episteme de racionalidades que en su desenvolvimiento dialéctico, holístico, transversal, están en capacidad para producir los cambios sustantivos de nuestra representación del mundo9. A esos cambios, precisamente, se están incorporando otras tradiciones culturales que había quedado excluidos de la racionalidad moderna, al considerarse mitológicas o mágicas10. Otras praxis cognitivas y hermenéutica que, sobre todo, desde América Latina, generan una contrahegemonía a la racionalidad moderna y occidental, al presentarse como otro punto de partida y de llegada, muy opuesto, al de las ciencias eurocéntricas cuyo discurso científico es depredador de la naturaleza e irracional para los seres humanos.

El proyecto ético:
Valores de convivencia pública y derechos de paz entre hombre y naturaleza
Es obvio que la ciencia no puede entenderse solamente como un conocimiento objetivista y neutro. Es decir, el conocimiento del objeto es idéntico o reproduce, al sujeto; y, de alguna manera, eso resulta de un prescindir de los valores axiológicos del sujeto. Este principio de “neutralidad valorativa” que tanto se predicó en las Ciencias Sociales con la finalidad de equipararlas a las ciencias empíricas o empíricas formales, es superado suficientemente por la hermenéutica del sentido que ya hemos señalado.
Las investigaciones de las ciencias sociales, deben responder a un compromiso y comportamiento ético que sirvan para construir valores acerca del bien, en razón de fines compartidos. Los resultados de la investigación científica toda vez que ellos acrecientan las óptimas condiciones de vidas que hagan posible una convivencia de bienestar material, deben estar orientados desde éticas ciudadanas y públicas que favorezcan prácticas de coparticipación en espacios científicos o tecno-científicos, más próximos con valores de libertad, igualdad y equidad.
El respeto a los derechos humanos de otros y de todos, incluido el derecho a la vida de la naturaleza, implica una ética mundial11 que aboga por una conciencia de valores prácticos capaces de garantizar el Bien y la Paz sin exclusiones, represiones o violencias, en un mundo que nos pertenece a todos y todas.
La tradicional escisión entre ética y ciencia, de igual modo, entre ética y política, es una distinción utilitarista a la que nos tiene acostumbrado la cultura científica de la modernidad. Una especie de ética de la abstracción y que en nada compromete los intereses de las ciencias en la forma de obtener sus resultados. Se pretende que los fines de la ciencia y de la política, pueden prescindir de las responsabilidades éticas que se merecen las ciudadanías. En casi todos los aspectos los principios éticos de las ciencias han estado de espaldas a una ética pública que les obliga, reclama y alerta sobre el impacto del conocimiento científico en aras de un mayor beneficio para las ciudadanías del mundo12. Precisamente, este es el problema, debido a que generalmente los resultados de las investigaciones científicas, están mediados en esta sociedad por las tecnologías y los mercados de consumo, por la reproducción del capital y de los beneficios que se pueden obtener de una economía que impone sus valores de uso y de cambio, entre ellos valores de orden ético y de acciones morales que tienden a justificar los excesos de injusticia e inequidad. Hasta hace poco se solía decir que el conocimiento científico estaba al servicio del bien de la humanidad. Ese lei motiv ha cambiado radicalmente, pues hoy se trata de reactivar en su mayor expansión una economía de mercado y de consumo, que acelera vertiginosamente la producción científica sólo en la medida en que ésta logra satisfacer los intereses de los monopolios de la industria del conocimiento científico.
Todo esto termina por desvirtuar el sentido humanista de las ciencias, y el carácter de responsabilidad ética que se debe el conocimiento en su utilización en la sociedad. En ese sentido, los resultados científicos, venidos de cualquiera de las áreas de la investigación de las ciencias, deben serle atribuidos a toda la sociedad que es la receptora natural de los bienes de las ciencias. La realidad es otra, la ciencia, al transformarla en un poder político y en otra economía de mercado, pierde ese thelos de bien común que debe caracterizarla. Sin valores éticos la ciencia pierde su condición de conocimiento liberador o emancipador debido a que ya no es capaz de dotar a la sociedad del conocimiento compartido que les permite democratizar con otras reflexiones analíticas los problemas y los bienes que requiere la sociedad.
Si se concentra el desarrollo del conocimiento científico en las esferas de poder, sobre todo, el político y el económico, los fines de las ciencias se tergiversan ya que son pocos o escasos esos bienes a los que los ciudadanos tienen derecho. Precisamente, se trata de comprender que los proyectos de investigación científica no sólo se deben fundar en una ética de la investigación que implica normar los valores que deben cumplirse para que la ciencia responda a intereses altruistas; sino, también, esos valores de responsabilidad pública donde la investigación debe responder a las soluciones a las diversas problemáticas por las que atraviesa la vida de los seres humanos13. Si se logra optimizar este tipo de interés común por un bien compartido entre todos, entonces, la convivencia entre todos en la esfera de las relaciones de poder y de la vida pública, puede garantizar un bienestar colectivo que efectivamente contribuya a un desarrollo en más correspondencia con el acato y práctica de derechos al “buen vivir” en una sociedad sin exclusiones o marginalidades.
La contribución de las ciencias a un desarrollo humano a esta escala de sostenibilidad de la vida14, implica, obviamente, una correlación entre un conocimiento científico que haga más humanizada las relaciones sociales entre los seres humanos. Al servicio de ese bien en común, repetimos, es que debe orientarse el thelos de la ética pública, generando mayores niveles de justicia y de igualdad en la vida ciudadana. Lamentablemente, la sociedad postindustrial y de consumo, ha generado un dominio de la racionalidad técnica sobre las condiciones de vida de un ser humano que termina explotado por el consumo de la técnica y su alienación. La incidencia de las ciencias en el desarrollo de una economía de consumo y de una reproducción de las relaciones de la plusvalía, más que en otras épocas, son determinantes en la dirección ética de las ciencias con respecto al rol político que éstas juegan en los desarrollos económicos de la sociedad en completo detrimento de relaciones de vida más equilibradas entre los ciudadanos e incluso, con el entorno de la naturaleza.
Las ciencias, en general, están insertas en ese paradigma de la reproducción del capital y de las tecnificaciones de la economía15, lo que hace posible transferir la racionalidad tecnológica e instrumental a las praxis comunicativas y discursivas de la racionalidad política disminuyendo o neutralizando las condiciones de equidad donde deben participar o actuar todos los ciudadanos. Al quedarse excluidas de esta hegemonía de la razón y del conocimiento científico, la mayoría ciudadana pierde fácilmente sus derechos de participación pues pierden su capacidad de cuestionamiento, están absorbidos por el consumo científico del conocimiento. Resulta muy contradictoria esta realidad, pues se trata de afirmar el carácter liberador de las ciencias en un mundo de vida donde esa liberación está en concordancia con el contexto de un habitat que debe ser sostenible en paridad con la Naturaleza. Sin embargo, este es el principal desafío que nos presentan las ciencias hoy día cuando contrastamos entre el bien y el mal con el que ellas se hacen conquistadoras del mundo, por medio de valores que éticamente son contradictorios16.

El proyecto político:
Estados interculturales a favor de la pluralidad de las identidades ciudadanas
El énfasis sobre una concepción antihegemónica del poder de la política17, es una cuestión que pasa por la crítica al uso totalitario, populista, colonial, del poder para gobernar. Las ciencias sociales no son un reservorio teórico de ideas abstractas, sino un cúmulo de praxis que están directamente asociadas a la realidad de la vida de los ciudadanos. Se investiga en sociedad a la sociedad desde puntos de vista opuestos, análogos y contradictorios, en una pluralidad de opiniones y formas de coparticipación. El Estado no es una institucionalidad o constitucionalidad sin referentes pragmáticos a la hora de la comunicación y los comportamientos; es, precisamente, el resultado de esos sistemas interactuando y recreando o ampliando las esferas de la política.
Al respetar la alteridad, a ése que es el otro/a, entonces, se le da contenido a un Estado más intercultural que se encuentra en plena vigencia18. Superar o cancelar las barreras de los nacionalismos como núcleos duros de la política, es un propósito de la investigación social al abrir la sociedad a otras formaciones culturales que la retroalimentan. El derecho de las nuevas ciudadanías que insurgen a causa de estas nuevas relaciones de socialización, viene a transformar por completo el sentido restringido del Estado moderno, pues los derechos públicos hoy día consagran la presencia de nuevos actores que emergen del interior de las sociedades y de otras emigraciones culturales. El proceso de heterogeneidad social es inevitable y su estudio requiere una propuesta intercultural para el desarrollo de la razón política19. Se buscan alternativas para liberar los espacios de opresión que sirven de legitimación al Estado, en su propósito de controlar el orden social. A veces se considera que esos espacios ya están visibilizados por medio de los actores sociales que se identifican en sus roles de clases dirigentes o hegemónicas afín a los proyectos coloniales del Estado. Se apuesta a una democracia de élite o de representación, por parte de quienes están invalidando esas alternativas políticas para la emancipación social.
Son muchas las dudas y dificultades que se presentan a la hora de evaluar a estos Estados y sus democracias de representación social, donde más allá de las libertades políticas que concede, su discurso demagógico sirve de fuente ideológica a una alteridad que se reconoce pero que es solamente receptora de agudos procesos de simbolización comunicativa cuyos efectos hace posible adherir las conductas e intereses que les favorecen. La identificación de la ciudadanía con un solo patrón de conducta oficializado por el Estado nación, restringe sensiblemente el reconocimiento de otras identidades ciudadanas que se forjan al calor de sus ancestrales formas de cultura e historia.
Estas otras maneras posibles de habitar en la política, en cuanto que es el espacio público de reconocimiento del otro, es lo que hace permeable al Estado nación para su transformación intercultural. Se trata de asumir la fuerza de integración a la vez de reintegración societal que portan estas otras identidades ciudadanas en el juego de las relaciones con los poderes políticos que tradicional y formalmente le dan la legitimidad al poder del Estado. Los nuevos escenarios de participación pueden incidir más directamente en los niveles de crisis que presentan los Estados nación para garantizar la hegemonía de sus gobernanzas. El espacio público se ha desterritorializado por la emergencia de movimientos sociales que irrumpen en la estructura de los controles sociales20, desde el más institucional hasta el más mediático. Aquí encontramos otro eje de gran desequilibro en el sistema de poder del Estado nación, pues sistemáticamente se logra con estos movimientos y activismos sociales otro rostro a las representaciones sociales y políticas con las que el Estado buscar lograr la consensualidad a fin de neutralizar la conflictividad.
En otras palabras, la descentralización del poder del Estado responde al desacato o desobediencia para cumplir con las reglas o normas legales que se impone con el propósito de justificar su orden de fuerza a través de la ideología política. Sin embargo, la ruptura de ese orden de consensualidades se hace efectiva porque las alternativas que se producen contra el poder de las políticas hegemónicas del Estado nación, emanan o fluyen a partir de praxis emancipadoras donde la participación de los otros espacios de convivencia social, se derivan de las comunidades excluidas de la formación económica de la sociedad neoliberal. Acá radica la originalidad y lo inédito de la presencia en el escenario del poder político de otras identidades ciudadanas que efectivamente vienen a contribuir en la repolitización del Estado Nación, y en la reconfiguración de los poderes públicos que deben estar al alcance de los derechos de participación de la ciudadanía en general.
El agrupamiento de estas comunidades emergentes21, se va consolidando a favor de otros principios de igualdad y equidad que no responden a los principios formales de la racionalidad científica de las ciencias políticas de la modernidad. En absoluto, otro modo de pensar, sentir y razonar se encuentra implícito en un cosmos de vidas donde la sabiduría de los saberes se tejen desde un estar en comunicación y permanente diálogo con otra comprensión de la vida cuando la vida está enhebrada por las tradiciones más milenarias y de sostenibilidad con el mundo de la producción y recreación. Nada más lejos del análisis ese concepto estereotipado de “interculturalidad” que se asume como suma o dominios de una cultura sobre otra, o síntesis de una que contiene a todas. La propuesta de Estado intercultural22 es mucho más compleja y profunda, puesto que busca insertar en el imaginario político de occidente a otros actores y sujetos de vida con otras concepciones o epistemes de la realidad que hace superable el modelo de racionalidad económica y política que le sirve de thelos al capitalismo neoliberal. Poder legislar sobre la diversidad y la diferencia implicaría un orden normativo que no puede ser autorregulado por un orden de fuerza que proviene sólo desde un poder central que inhibe el uso de la fuerza por quienes se encuentran anulados o excluidos.
La fuerza social del orden político que puede validar la legitimidad aceptada popularmente por el pueblo o las ciudadanías, requiere de una praxis de poderes públicos y colectivos de libre acceso a la totalidad de las ciudadanías. Ese proyecto que en principio pudiera entenderse utópico, es decir, irrealizable en la temporalidad, es completamente viable, en la medida en que se nutre al imaginario políticos de otras simbolizaciones y lenguajes que permiten entender que el uso del poder popular o ciudadano, tiene otros rostros al momento de su ejercicio. Algunos de esos rostros son muy diferentes y contrarios al poder de la racionalidad moderna, que sólo por medio de la opresión es que utiliza la fuerza para conquistar o doblegar. Quizás la fuerza del poder que se cristaliza en el Estado intercultural, deberá responder mucho más al conjunto de fuerzas que en sus correlaciones puede responder al genuino interés en común de todos.
El proyecto económico:
Producción tecnológica y bienes necesarios
El modelo de producción económica responde, cada vez más, al consumo tecnológico y la depredación de la naturaleza23. Estos dos fines se encuentran mucho más en alianza que contrapuestos. El dominio de la técnica sobre la productividad y los ámbitos de la vida social y la naturaleza, se convierte en un fin único de la economía que socava los niveles de equilibrio entre sociedad y productividad, al ponen en peligro la vida en el planeta24. La racionalidad económica del neoliberalismo y su impacto en los ecosistemas de la vida y los bienes necesarios para la satisfacción de la vida, ha penetrado sensiblemente en esos ecosistemas generando una destrucción que a corto plazo ha puesto en crisis la efectividad de este sistema de consumo y de mercado para un desarrollo equilibrado. Nuevas alternativas de producción deben ser planteadas para cubrir las expectativas de vida en el planeta y para ello hay que tomar muy en cuenta otros sistemas productivos menos contaminantes y depredadores del medio ambiente. La excesiva industrialización, la robótica, la cibernética, le ha creado a la sociedad en particular y a la humanidad en general, tremendos problemas que parecieran irresolubles entre la esfera de la economía tecnificada y el “buen vivir” de las ciudadanías25, a quienes se les prometen derechos humanos incumplidos.
Las nuevas ciencias sociales, deben estar a la espectativa de que los cambios de la sociedad se corresponden a los cambios del paradigma de la racionalidad, que éstos proceden de los sujetos y actores que se encuentran insertos en relaciones de intercambios de todo tipo, que deben ser discernidas consciente y reflexivamente, según procesos de análisis críticos e interpretaciones que surgen de las representaciones sociales que se elaboran para lograr captar los múltiples sentidos de la realidad. Atender a esos escenarios de cambios subjetivos y objetivos de la racionalidad hará posible que los conocimientos científicos y humanísticos, entre otros, nos permitan tener un mayor acceso a nuestra comprensión de los mundos de vidas de los que formamos parte.
La crisis del modelo productivo del capitalismo ha dejado de considerar la presencia histórica del hombre como ser un existencial en su coexistencia sostenible con el mundo de la physis. La concepción pragmática del conocimiento ha sido cada vez más funcional y estratégica. Los logros del conocimiento se miden en economías de mercado, en capitales y plusvalía. No se afianza el valor de la ciencia desde el punto de visa de un humanismo crítico, utópico y material, sino desde una concepción mercantil del valor humano como otro valor más de uso y de cambio, dentro de unas relaciones de autodestrucción de las condiciones políticas a los derechos de la vida que deben gozar todos los seres humanos, e incluso de los derechos a la vida de otras especies de vida.
Este tipo de racionalidad que surge con el proyecto de las ciencias de la modernidad, que se basa en el sometimiento del mundo a la hegemonía racional de las lógicas del capital, termina por desconocer que el mundo no sólo es aprehensible por medio de la razón, sino por otras manifestación de saberes culturales que significan la realidad del mundo de un modo mucho más cónsono con ese equilibro subyacente que tiene la vida desde sus interrelaciones, donde nada está desconectado ni se puede desconectar arbitrariamente.
Los sistemas productivos del capitalismo han ignorado este “ley de la naturaleza”, desde todos los puntos de vista. La destrucción o aniquilamiento de algún elemento de correlación de los sistemas mundos de vida, implica, consecuentemente, la desaparición de los equilibrios y variables dinámicas que autogeneran esos sistemas para mantener sus relaciones en el eco sistema de intercambios y reproducción26. La producción científica se aboca a la reproducción tecnológica del mundo de vida y sus realidades. Si bien eso supone o es indicador de evolución o desarrollo científico, esta reproducción artificial del mundo de la vida y de las cosas, contribuye a una disminución o anulación del valor contingente de la realidad, que puede ser suprimido o sustituido por otro, arbitrariamente, según los intereses de la producción científica. Es decir, que el valor de los bienes, que tecnológicamente pueden garantizar las condiciones de vida para hacerlas más satisfacibles para las comunidades y los ciudadanos, quedan supeditados a las demandas u ofertas del mercado de consumo y los indicadores de la producción. Se violentan los equilibrios orgánicos de las transformaciones de las condiciones de vida de la naturaleza y el orden material de la existencia humana.
Esta devaluación antropológica de los derechos a la vida necesaria y satisfecha, terminan por hacer desaparecer consideraciones ética o morales sobre las prácticas productivas de las tecnociencias y sus relaciones económicas con la política. Se habla, por consiguiente, que la ciencia de algún modo es “ciega” frente a los desafíos e impactos que genera en el bienestar social y ciudadano, pues no se plantea la conflictividad que suscita su indiscriminado desarrollo dentro de la escala civilizatoria de la humanidad. Por lo tanto, nadie puede contradecir u oponerse al desarrollo tecnológico de las ciencias pues ello es sinónimo de evolución en un grado donde el éxito de la razón técnica se encuentra estimable por encima de cualquier otro valor humano.
Lo que se ha definido como “Epistemologías del Sur”27, son formas de racionalidad ancestrales que culturalmente han sabido respetar y resguardar los ecosistemas de vida desde su origen hasta su final. Procesos de reproducción y de apropiación de los elementos naturales y de la organización política y comunal de esos elementos por medio de saberes populares compartidos, que implican una ética del colectivo social donde todos asumen el respecto comunal a la alteridad, siendo que es en la alteridad donde la existencia efectivamente se manifiesta y coloca su acento en la realidad sostenible por medio de la voluntad práctica, de colaboración y participación, donde el derecho a la vida se garantiza en la medida que todos se encuentran incluidos en el ejercicio de esos derechos.
La urgencia por revertir desde las ciencias sociales latinoamericanas, desde la teoría y la praxis, desde el pensamiento complejo y decolonial, las racionalidades instrumentales y sus lógicas de la objetivación y deshumanización, es el proyecto emancipador que reclaman las cultura milenarias y originales que hoy día se enfrentan desde la autonomía de sus historias al poder de una razón que ya forma parte de la decadencia de Occidente28. No se trata de un mero retorno a la Naturaleza, sino de un reencuentro entre este presente que ha querido anular y exterminar nuestra relación cultural con formas de vida que acontecen en otros tiempos y espacios históricos, que hacen posible crear las alternativas al fin de la historia del neoliberalismo.
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3 SÁNCHEZ CAPDEQUI, CELSO (1999). Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura. Tecnos, Universidad Pública de Navarra, España.
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5 GONZÁLEZ, Antonio (1997). Estructura de la praxis. Trotta, Madrid.
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9 SOTOLONGO C, Pedro Luis & DELGADO D, Carlos Jesús (2006). La revolución contemporánea del saber y la complejidad social. CLACSO, Buenos Aires.
10QUINTERO WEIR, José Ángel (2011). “Wopukarü jatumi wataawai: El camino hacia nuestro propio saber. Reflexiones para la construcción autónoma de la educación indígena”. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 16, nº. 54, Julio-Septiembre, (CESA), Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela.

11 KÚNG, Hans (2011). “Ética mundial y derecho mundial. Reflexiones filosóficas”. Utopía y Praxis Latinoamericana. Año: 16. nº. 52. Enero-Marzo, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela

12 CORTINA, Adela (1999).Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Alianza, Madrid, España.
13 GÓMEZ-MULLER, Alfredo (1999). Éthique, coexistence et sens. Desclée de Brouwer, París.
14 REIGOTA, Marcos; HELIODORA, Bárbara & Do PRADO; Soares (Org,) 2008). Educaçao ambiental: utopia e praxis. Cortez, São Paulo, Brasil.
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16 OLIVE, León (2000). El Bien, el may y la razón. Facetas de la ciencia y de la tecnología. Paidós, UNAM, Buenos Aires.
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18DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2007). Renovar a teoria crítica e reinventar a emancipação social. Boitempo, São Paulo, Brasil.
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25LARREA MALDONADO, Ana María (2011): “El Buen Vivir como contrahegemonía en la Constitución Ecuatoriana”; Eduardo GUDYNAS, Eduardo &; ACOSTA, Alberto: “El buen vivir o la disolución de la idea de progreso”; HIDALFO FLOR, Francisco (2011): “Buen vivir, Sumak Kawsay: Aporte contrahegemónico del proceso”, Utopía y Praxis Latinoamericana, Año: 16. nº. 53. Abril-Junio, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela.
26 MORIN, Edgar (2006). El método. 3. El conocimiento del conocimiento. Cátedra, Madrid.
27 DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2006). Una Epistemología del Sur. La reinvención del Conocimiento y la Emancipación Social. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, CLACSO, 2009. DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2011). “Epistemologías del Sur”, Utopia y Praxis Latinoamericana. Año:16, nº. 54, Julio-Septiembre, (CESA), Universidad del Zulia-Venezuela.
28 DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2010). Para descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal. CLACSO y Prometeo Libros, Buenos Aires. DE SOUSA, SANTOS Boaventura (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Ediciones Trilce. Montevideo.
Artículo publicado en: Revista de Filosofía. I-2012 Enero-abril. N° 70. pp. 83-97

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