sábado, 4 de febrero de 2012

La irrupción del pueblo venezolano ante la implementación de políticas neoliberales en la década de los noventa del siglo XX. A propósito del 4 de febrero de 1992.

La irrupción del pueblo venezolano ante la implementación de políticas neoliberales en la década de los noventa del siglo XX. A propósito del 4 de febrero de 1992.
Johan Méndez Reyes

Cuando en 1988 Carlos Andrés Pérez llega a la Presidencia por segunda vez,  lo hace con el convencimiento que la situación económica del país requiere la adopción de un programa de ajuste económico y de la asistencia de los organismos multilaterales. Los componentes habitúales de lo que se llamaba la receta “neoliberal” de esos organismos eran: eliminación de los subsidios de las tarifas de los servicios públicos, sinceración de los precios de productos subsidiados,  devaluación de la moneda, privatización de empresa en manos del Estado, reducción del déficit fiscal, disminución de aranceles y apertura de la economía. La fórmula neoliberal que intentó implementar este gobierno produjo lo que la historia contemporánea venezolana ha denominado el Caracazo, hecho que constituye el resurgimiento de las luchas y movilizaciones populares que ponen en evidencia el profundo descontento que anidaba en amplio sectores del pueblo, debido a la no satisfacción de necesidades y aspiraciones prometidas por el sistema democrático. 
La crisis económica como consecuencia del agotamiento del modelo de crecimiento basado en el usufructo de la renta petrolera; el agotamiento del sistema político democrático representativo; que no satisfizo las expectativas generadas de la población y que por el contrario deterioró sus condiciones de vida,  a la vez que restringía los derechos democráticos más elementales, el derrumbe de las expectativas más favorables  que se había generando en la población a raíz del triunfo electoral de Carlos Andrés Pérez; la carencia de mecanismo legales de protesta para drenar el descontento popular hacia vías institucionales; entre otros aspectos, fueron las causas de este levantamiento popular de febrero de 1989.[1]
Este hecho pone de manifiesto otra realidad, con la cual se desvanece la ilusión de armonía que aparentemente caracterizaba la vida democrática venezolana a partir de 1959 tras el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El agotamiento del conceso político que sustentó a la modernización rentista populista, la caída constante de la renta petrolera percapital y la crisis del sistema populista de partidos tuvo como uno de sus efectos, además del empobrecimiento colectivo de la sociedad venezolana y la profundización de la brecha social, la generación de un perverso mecanismo de exclusión de grupos sociales, que puede calificarse como de apartheid social, lo cual puso en evidencia durante ese período el eclipse de la función política primordial de lograr el bien común. En cambio, se le dio riendas sueltas al ejercicio del poder como forma de garantizar privilegios individuales o grupales y se evitó reconocer los mínimos derechos del colectivo  que exigían no solo frenar el empobrecimiento y mejorar la distribución de la riqueza, sino devolverle el futuro a la mayoría al construir un proyecto político donde se les reconociera como seres humanos, culturales y políticos.[2]   
Siendo una expresión de la fuerza potencial que anida en las masas populares, los acontecimientos del 27 de febrero constituyeron un alzamiento que no encajaba en ninguno de los esquemas teóricos tradicionales de los partidos marxistas o socialistas de la izquierda venezolana; y mucho menos,  en la interpretación de quienes, desde una perspectiva de pensamiento burgués habíanse apresurado a proclamar el fin de la historia. Este acontecimiento encontró a toda la intelectualidad venezolana sumida en sus textos clásicos de la filosofía, los cuales niegan la irrupción espontánea de las masas en la historia. Si bien no se trata de reivindicar la desorganización y la ausencia de plataforma política, en los sucesos del Caracazo,  consideramos que constituyó la respuesta espontánea del pueblo a décadas de marginamiento del proceso político venezolano. Las tácticas vanguardistas y mesiánicas desarrolladas por la izquierda intelectual y el tutelaje iluminado por parte de la intelectualidad burguesa se estrellaron ante la realidad de un pueblo alzado que no respetaba liderazgos burocráticos.  
Pese a su espontaneidad los sucesos de febrero de 1989 marcan un hito en la historia de Venezuela, y sus repercusiones generaron los alzamientos militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992. La desestabilización del sistema político iniciada con el Caracazo condujo al triunfo electoral del Hugo Rafael Chávez Frías en 1998. 
La espontaneidad de la protesta reflejó el debilitamiento del tradicional control que tenían los partidos sobre el movimiento popular, como expresión del desprestigio que las estructuras partidistas habían alcanzado en los últimos años. El 27 de febrero de 1989 permitió la irrupción en la política nacional de sectores populares que hasta ese momento, y desde el proceso de conformación de la Venezuela moderna había estando mediatizados por la acción de los partidos políticos. Aun sin organización y sin propuestas claras, los desposeídos entraron en escena para intentar equilibrar la balanza en la que hasta ahora solo intervenía los poseedores, los dueños del poder económico y político, y sus intelectuales.[3]
El debilitamiento de los partidos dio paso a un crecimiento organizativo por la base, creándose nuevas organizaciones, nuevos liderazgos, recreando las formas de lucha y formulando propuestas de participación que rompían con el férreo control partidista ejercido durante más de treinta años. En términos generales se podría caracterizar a estos movimientos sociales de la siguiente manera: su enfrentamiento a la injerencia de los partidos en las organizaciones sociales; el liderazgo local o gremial que ejercen en diversos sectores populares; el ejercicio democrático interno sobre la base de criterios autogestionarios, y sus propuestas democratizadoras hacia la sociedad en general; como rasgos negativos, su excesivo carácter local, su debilidad organizativa, y las carencias en sus definiciones programáticas más generales.[4]

El surgimiento de un nuevo liderazgo
El 4 de febrero de 1992 la democracia representativa del Pacto de Punto Fijo fue sacudida desde sus cimientos. Venezuela quedó al descubierto para sí misma y para el resto del mundo: la democracia burguesa controlada desde 1958 por las élites de los partidos de AD y COPEI, el sindicalismo de empresarios reunidos en FEDECAMARAS, la burocracia sindical de la CTV, la cúpula de la Iglesia Católica y los altos mandos militares formados en la ideología de la Guerra Fría, dejó a la luz pública las diversas crisis que la postraban. La insurgencia de un grupo de oficiales bolivarianos y nacionalistas abrió un nuevo tiempo histórico que el pueblo supo descifrar. Este grupo de militares, autodenominado Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200),  encabezado por Hugo Chávez, supo encarnar el descontento popular producido por el Caracazo, además del malestar existente entre la oficialidad media y baja debido a las condiciones socioeconómicas del país, contrastada con la escandalosa corrupción de los altos mandos, el descrédito del liderazgo político tradicional, todo en un contexto de frustraciones generalizadas en los sectores populares y clase media empobrecidas por las agobiantes políticas económicas, por el FMI y el Banco Mundial en beneficio del capital monopolista imperialista.
Esta rebelión militar fracasó en cuanto a su propósito inmediato de derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez, pero la imagen de Hugo Chávez, su valentía al asumir el movimiento militar golpista, se quedaron para siempre en la conciencia del pueblo venezolano. Había nacido un nuevo liderazgo que las mayorías irán reconociendo. Por paradoja, el revés militar se transformó en un triunfo político. La excarcelación de Chávez en 1994 por sobreseimiento presidencial y su posterior candidatura y triunfo en 1998, colocan en la política nacional y latinoamericana el nacionalismo bolivariano; la unidad cívica militar, la democracia participativa y protagónica, el desarrollo económico endógeno y la integración latinoamericana; orientaciones recogidas en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999.
La Revolución Bolivariana triunfa con la promesa de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Constitución, refundar la República y, sobre esta base, derrotar los flagelos de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. Aunque en las elecciones presidenciales de 1998 se escuchan algunos planteamientos en torno al “nuevo socialismo” y al “socialismo del siglo XXI”, el discurso electoral de Chávez se concentra en el “poder constituyente”. Las primeras ideas de la Revolución Bolivariana se encuentran en los documentos la “Agenda Alternativa Bolivariana” y “Una Revolución Democrática. La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela”. Luego de la primera victoria electoral, estas ideas serán desarrolladas en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela aprobada en consulta popular en 1999 y en los lineamientos del Plan de Desarrollo Nacional 2001-2007. Para entonces, la convocatoria al pueblo radica en impulsar la “democracia participativa y protagónica”.
A partir de la crisis e inestabilidad políticas que comienzan con el Golpe de Estado de 2002, se prolongan con el paro patronal y el sabotaje petrolero y finalmente termina con el Referéndum Revocatorio de 2004, el proceso se radicaliza y aparecen las primeras críticas directas al imperialismo y al capitalismo. Es en el Taller de Alto Nivel de Gobierno, realizado el 12 y 13 de noviembre de 2004 en Caracas, cuando se presenta el “Nuevo Mapa Estratégico”, en  cuyo contenido se comienzan a perfilar cambios significativos en relación con la orientación de la Revolución Bolivariana.
En el 2006, en las elecciones presidenciales de diciembre, Chávez declara el carácter socialista de la Revolución Bolivariana. Luego de siete años en el poder, Chávez planteó abiertamente la orientación socialista que en adelante le daría a su gobierno y, al calor de la campaña electoral como candidato a la reelección presidencial, el líder de la Revolución Bolivariana planteó claramente que quien vote por Chávez estará votando por el socialismo.
Su abrumador triunfo en las elecciones presidenciales de ese año fue interpretado por un amplio y mayoritario respaldo para concretar la orientación socialista del gobierno; razón por la cual a finales de 2007 se aprueba el Proyecto Nacional Simón Bolívar: Primer Plan Socialista de la Nación. En este documento se plantea los lineamientos generales de las políticas y estrategias que en adelante serán diseñadas y ejecutadas para avanzar en la construcción del socialismo venezolano. A partir de entonces, han proliferado distintas ideas sobre el socialismo bolivariano, el socialismo del siglo XXI y la construcción del socialismo en Venezuela; más como un intento por identificar las aspiración del pueblo venezolano de construir una sociedad libre de desempleo, pobreza y exclusión social, sin que se pueda hablar aún de una doctrina filosófica política sobre el socialismo venezolano, claramente definida y totalmente elaborada.[5]



[1]              Cfr. LÓPEZ, Roberto. El protagonismo popular en la historia de Venezuela. Editorial Escuela de Formación Popular Nuestra América. Maracaibo. 2009.
[2] Cfr. SOSA, Arturo y GONZALEZ, Wilfredo. “Desarrollo histórico del proceso político venezolano del siglo XX” En: Una mirada sobre Venezuela. Editorial Centro Gumilla. Caracas. 2008.
[3] Cfr. LÓPEZ, R. Ob. Cit. p. 15.
[4] Ídem.
[5] Cfr. ALVAREZ, Víctor. Del Estado burocrático al Estado Comunal. Editorial Centro Internacional Miranda. Caracas. 2010.

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